Como dijo Bismark, España es el país más fuerte del mundo; los españoles llevan siglos intentando destruirlo y no lo han conseguido, pero de seguir así…
En las baleares gobernadas por los de Sánchez con apoyos secesionistas, una profesora de catalán amonesta al niño que osa decir “Viva España, viva el Rey”; el juez, también en las baleares, que iba a juzgar a la Infanta Cristina se apunta como candidato de Podemos, y el instructor del mismo caso dice que también lo hubiera hecho si se lo hubieran propuesto antes de pedir la prórroga de su carrera; el líder de la oposición dice, precisamente ahora, que si puede derogará la reforma de la justicia universal para que España sea referente en la defensa de los derechos humanos; por su flanco izquierdo el podemita rechaza el pacto antiterrorista y pide la creación de un Consejo de la Paz mientras ficha al que fuera jefe militar de los ejércitos hispanos. ¿Estaremos realmente en un país de locos?
En su empeño por desencuadernar la Nación los catalanes llevan mucho por delante gracias a los tornillos que comenzó a aflojar aquel Zapatero, ¡8 años en Moncloa, tantos como Bush hijo en la Casa Blanca! –Realmente hay ocasiones en que uno repiensa aquello de que los pueblos siempre tienen razón-.
El caso es que Homs, el candidato convergente para el 20-D, ha sentido que ni disfrazado tras el nuevo cartel, Democracia y Libertad, logrará salir airoso de los comicios en que su clientela se juega cosas más serias que en unas elecciones regionales. Y apoyándose en el consejero económico Mas-Colell, acusa a los de la CUP “que con once diputados quieren llevárselo todo”, de haber arrancado como caballos para luego pararse como burros. Bella imagen que choca violentamente con lo que defendía hasta ayer como portavoz del gobierno de Mas.
El otro Mas, el más sensato Mas-Colell, sabe que con las cosas de comer no conviene jugar, aunque bien que él lo haya permitido, porque luego hay que pedir al Estado que pague hasta la farmacia. Y ha publicado en un artículo lo que hace una semana discutieron en el seno del llamado govern: “De la CUP podemos aceptar los votos para la investidura de Artur Mas pero no sus condiciones. Ya sé que esta opinión puede llevarnos a nuevas elecciones en marzo. Si así fuera, el presidente Mas sabrá explicar en la nueva campaña electoral dónde estamos y por qué, y los catalanes sabrán decidir con sabiduría qué liderazgo quieren para el proceso”.
Así van las cosas en casa de quienes vuelven a meterse por un rato en la legalidad para, una vez en el Congreso, subvencionados con el dinero de todos los españoles, poder seguir atentando desde dentro contra ella.
Y de lo otro, pocas sorpresas. Ya sabemos en que está una parte de la administración de Justicia. Episodios como los señalados no hacen sino confirmar el activismo político de algunos de sus miembros. La cuestión va más allá de la politización de sus órganos de gobierno, que es precisamente lo que pretendió la reforma socialista de 1985, defendida con la excusa de que la cooptación que figura en la Constitución significaba la supervivencia de los magistrados ingresados durante el régimen anterior. Una politización efectiva por otra presunta, maniobra de cortos vuelos como suelen serlo otras urgencias surgidas de la debilidad. Anda que lo de Rivera queriendo resolver el problema liquidando al enfermo…
La sociedad española quizá tome nota de la distancia que media entre aquellos que se unen por encima de todo frente al desafío terrorista y los que aquí andan poniendo tafetanes a la magdalena; entre quienes, como el presidente francés, llaman a las cosas por su nombre, guerra, y los que aquí añoran la alianza de civilizaciones, ponen palos en la rueda de leyes como la de seguridad ciudadana o la de la justicia universal; entre quienes se hacen fuertes sobre su himno y bandera nacionales y los cretinos que aquí esconden, cuando no vituperan, los símbolos de su patria.
Claro, conciso y preciso