Aunque sea de papel, no cabe otra calificación al pronunciamiento hecho ayer por la mitad de los diputados de la cámara catalana. El golpe de Estado es precisamente eso, el asalto de un grupo de poder al Estado, vulnerando su legalidad institucional.
La sorpresa es una de sus características habituales, aunque en este caso cabía esperar -de ahí la reciente reforma de la ley del Constitucional- que gente tan bragada como los secesionistas catalanes aprovecharan la circunstancia de la disolución de las Cortes, más simbólica que efectiva en cuanto a la capacidad de reacción del Estado afrentado. Y como paradigma del valor que vibra en los pechos de sus protagonistas ahí está la figura de Artur Mas, cabeza de carnero del ariete con que los sediciosos llevan tres años aporreando los muros del Estado de Derecho.
Antes de su eventual nombramiento como presidente empuja a sus acompañantes a iniciar el asalto a la fortaleza institucional, sin firmar la propuesta secesionista y escaqueado él en el cuarto lugar de una lista electoral. Nada de ello le valdrá para esquivar la responsabilidad que comparte con Forcadell, pero sí deja en claro la gallardía del personaje. Si el valor del líder llega hasta ahí, dónde quedará el del resto…
Al contrario de lo ocurrido ante otra sacudida hace once años y medio, también en vísperas electorales, hoy el Presidente del Gobierno de la Nación no ha perdido un segundo en hablar con sus principales rivales ante las urnas. Rajoy tuvo una experiencia muy directa de aquella última torpeza del gobierno Aznar. Tratar de sacar ventaja electoral de un golpe, terrorista o sedicioso, es poco menos que ponerse a la altura de sus instigadores… y perder las elecciones. De allí salió Zapatero.
El diálogo es una de las bases del arte de la política; su virtualidad requiere el uso por las partes implicadas de unos códigos comunes para alcanzar la comprensión y, en su caso, el posible entendimiento. Entre los líderes del PP, PSOE y C’s no debería haber problemas para concordar una política avalada por el consenso. Pero en ella difícilmente podrá resultar útil o positivo el diálogo con los golpistas que comienzan su andadura rompiendo todos los códigos para el entendimiento.
No es momento de repartir responsabilidades sobre la causa del trance, ni para la demagogia buenista que reclama diálogo con quienes han comenzado por volar los puentes. Tampoco para imaginar el fin del mundo; cuando las palabras no bastan siempre está abierta la salida de imponer la razón. Para cruzarla lo que corresponde a los políticos responsables es mantener firme el pulso.
Como ha demostrado la rauda reacción del empresariado, los representantes partidarios de la burguesía catalana han dado un mal paso para sus propios intereses. Aquello de Churchill, Politics makes strange bedfellows, puede justificar muchas cosas, hasta que Fraga presentase a Carrillo en una conferencia durante la Transición; todo, menos poner el peligro las cosas de comer, que es lo que ha hecho el actual consejero delegado de esa extraña compañía, CDC, levantada sobre dos pilares de arena: la extorsión y del fraude fiscal.
Lamentable manera de joder a toda una Nación admirada por medio mundo.