La sucesión de escándalos y tropelías que desde hace meses vivimos como si no hubiera un mañana tiene un final posible: la implosión del tinglado sanchista. No estallará en mil pedazos, no; se hundirá hacia dentro, sobre sí mismo, por la presión de la calle sobre un armatoste carente de la fuerza que da la convicción.
El personal sólo necesita información. No hay arma que más valga. El martilleo de datos constante juega el papel de la gota china en los tormentos orientales. Como la ola golpeando la roca en nuestras costas, o simplemente lamiéndola hasta convertirla en arena.
Hace ya unos cuantos años, más de cuarenta, el pueblo norteamericano vivió el secuestro de cincuenta y dos ciudadanos apresados en Teherán por las turbas del ayatolá Jomeini. Era noviembre de 1979. El presidente Carter resistió el chantaje, rehenes a cambio del enfermo Sha Reza Pahlavi recién derrocado, fracasó una operación clandestina para liberarlos y hasta enero de 1981 no regresaron al país. Habían transcurrido 444 días.
La crisis de los rehenes se cargó la presidencia de Carter; la liberación se produjo el día siguiente a la toma de posesión de Reagan.
Un personaje mantuvo vivo el interés de los ciudadanos por los secuestrados en Irán: Walter Kronkite, director del informativo nocturno de la CBS; el hombre más confiable de América, según las encuestas de aquellos años.
A los cincuenta días de ver que aquello podía ir para largo, a su cierre habitual del CBS Evening News: «And that’s the way it is…« añadió «… on the 51, 52…443 day of captivity for the American hostages in Iran.» («Y así son las cosas el día 51…. 443 de cautividad de los rehenes americanos en Irán”)
Noche tras noche el recuerdo de la crisis golpeó la concia y sentimiento de los norteamericanos hasta hundir una presidencia. Aquí bastaría con cerrar los informativos de mayor audiencia recordando cuántos días llevamos cubiertos de basura. En fin, sólo para que no se olvide… ¿habrá un Kronkite nacional?
Curiosamente, por aquel tiempo, 25 junio del 80 concretamente, Carter estuvo en Madrid día y medio. Almorzó en el Palacio Real y cenó en La Moncloa. A don Juan Carlos y a Suárez les habló de la OTAN, y encontró tiempo para hacer lo mismo con González. Aquel mismo día, en Washington, yo recorría el Ala Oeste de la Casa Blanca con el despacho oval vacío.

