“Todo el mundo sabe que ni Begoña Gómez ni el hermano del presidente Sánchez estarían con problemas si no fuera porque son el hermano y la mujer del presidente”, alega Zapatero. Efectivamente, más que “estar con problemas” la mujer y el hermano de Sánchez estarían ya juzgados y sentenciados por la Justicia, el poder judicial que desde el ejecutivo oprime el primer ministro.
Hablar de todo el mundo es una estupidez propia de este legado presidencial. Aquí, como en casi todos los casos; como el de sus oscuros apaños con las dictaduras venezolana y china, petróleo por allá, Huawei por acá. Muchos sospechan que por ahí explosionará y no muy tarde otro episodio de corrupción, pero no todo el mundo está en ello. Ni siquiera los crímenes de Putin y Netanyahu merecen una condena unívoca por parte de todo el mundo.
Lo que realmente ocurre es que los casos de Begoña y David quizá terminen siendo parte, sendas piezas, de un definitivo caso Sánchez. Por los datos que van haciéndose públicos no sería extravagante. La residencia presidencial ha acumulado demasiadas funciones ajenas a lo que realmente le corresponde. Desde la de centro de negocios hasta la de albergue residencial de terceras personas.
La Moncloa no es la Casa Blanca con sus alas, una para las oficinas presidenciales y en la otra un área en que tradicionalmente la esposa de aquel Jefe de Estado suele ocupar para sus labores asistenciales, culturales, etc.
Como La Moncloa tampoco es el piso de 165 metros cuadrados en el Prado de Somosaguas de Pozuelo del que salieron Pedro y Begoña para instalarse hace ya siete años en el palacete. Lo que allí hicieran o no a nadie debería importar, pero aprovechar la residencia presidencial para hacer negocios, claro que incumbe a los ciudadanos. Y eso ha estado haciendo la sra. Gómez con la naturalidad de quien teje mantas de lana o jerséis para los niños.
Aquí no caben eximentes, su marido no podía estar ajeno a las variadas actividades, siempre lucrativas; desde la creación de cursos universitarios sin habilitación para ello, al tráfico de influencias en favor de sociedades y empresarios. Incluso la instalación de una oficina para que una funcionaria asistiera a la ama de casa.
Y dejémoslo ahí, porque el número de su hermano David convirtiendo La Moncloa en albergue familiar mientras fingía residir en Portugal para evitar los impuestos con que el gobierno de su hermano grava a los españoles, es de película. Berlanga hubiera hecho maravillas con esta versión actualizada de la picaresca nacional.