O reconstrucción, depende de cuánto tarde en salir Sánchez de La Moncloa. Por el momento, su desenfrenada cuesta abajo amenaza con hacer añicos el Estado y desencajar la sociedad.
Porque ahí está la almendra de las desgracias patrias. El escándalo del zafio puterío de los golfos apandadores que desde la cúpula del partido en el gobierno confundieron el país con el patio de Monipodio oculta lo sustantivo. Quedarse mirando el dedo que señala la luna no es propio de la gente cabal, pero parece como que así estuviera ocurriendo.
Hay motores destructivos puestos en marcha, con mayor o menor afinamiento, cuyo desmontaje exigirá arduas jornadas; nunca resultó fácil quitar el bocado de la mandíbula del perro.
La autoamnistía de unos delincuentes, cuartear la caja de la seguridad social y el acabose que significa la soberanía fiscal de la región catalana, por ejemplo, siendo atentados constitucionales de grueso alcance, sólo son parte de la senda destructiva emprendida contra el poder judicial o la independencia de instituciones públicas y sociedades privadas. Contra la libertad, en suma
Si pudiera llegarse a tiempo, la restauración de tanto asolamiento requeriría una mayoría parlamentaria sólida y en contacto permanente con la realidad social; una empatía sin sombras con quienes la apoderaron para llevar a cabo el programa comprometido.
Un programa con la fuerza y claridad precisas para lograr el pacto y así poder ser cumplido durante una primera legislatura. Desterrados los miedos y reducidas las líneas rojas a su espacio natural, el código penal, se abrirán las puertas a un tiempo distinto para recuperar la normalidad, la pugna dialéctica sin ventajistas y la convivencia de ideas e intereses diferentes.
Recuperar o rehacer, ese es el dilema que pronto habremos de enfrentar, ojalá más pronto que tarde. Hace poco menos de medio siglo una generación de españoles se despojó de las orejeras para construir una casa mejor para todos.
Parecía poco menos que imposible, pero lo consiguieron. Ahí está, necesitada de mucha atención, pero las crujías siguen ancladas en los muros de carga y aún soportan traiciones a la palabra dada, la estulticia de demasiados responsables y el indiferentismo de masa social.
Ahora como entonces, la restauración de la normalidad no cae llovida del cielo ni es fruto de un hombre solo. Los líderes los forja el empuje y vigor de una sociedad que quiere un cambio para alcanzar nuevos horizontes. Habrá que sacudirla de los laureles.