Asombroso. Cuán rápido se sacuden el polvo de la trama. En una semana nadie reconoce al hombre por el que acaban de poner la mano sobre el fuego. Nada que ver con el PSOE dice la vicepresidenta Marichús que, aburrida de no hacer nada donde la pusieron, quiere dedicarse a Andalucía.
Pero lo despampanante, el colmo del “si te he visto no me acuerdo” es el dontancredismo con que el primer ministro juega frente al gran morlaco de la organización criminal crecida entre sus pies.
Hace menos de una década Sánchez recorrió media España con dos amigos a bordo de un pequeño Peugeot. Durante aquellos meses tiempo le sobró para conocerlos por fuera y por dentro. No sabemos si hablarían entonces en los términos soeces que revelan los audios grabados más tarde por el segurata que les acompañaba. En cualquier caso, la confianza se hizo carne entre los tres.
Tan así fue que, ganada la presidencia del gobierno tras las gestiones con vascos y catalanes uncidos por Cerdán al carro progresista, el pequeño caudillo encomendó la jefatura del partido y el ministerio de los contratos de obras pública a Ábalos, el compañero del Peugeot. Confianza total, uña y carne, en fin…
Hasta que al cabo de años y pico la pide un paso atrás, por razones que ninguno de los dos han desvelado. ¿Conducta inapropiada de un administrador de la mayor partida presupuestaria del Gobierno, o de un putero irredento?
En cualquier caso, lo que comenzó como el caso Koldo pasó enseguida a ser el caso Ábalos, apestado en su escaño del grupo mixto pero siempre discreto. Y sin solución de continuidad, el primer ministro puso al frente del partido al otro colega del Peugeot.
Y así, siete meses más tarde el caso Ábalos ha pasado a ser el caso Cerdán. Las comisiones, coimas y demás variantes de tan selecta lotería pueden alcanzar cifras millonarias y llegar cubrir gastos de más amigos y hasta del propio partido.
Que las dos manos derechas del presidente del Gobierno en su partido sean objeto de investigación judicial, y siempre por la misma causa, no es baladí. Por el contrario, revela que el partido del Gobierno está podrido. Tanto que nadie en su seno haya sido capaz de levantar el velo.
Hay indicios de sobra para suponer que esto es el comienzo de un final implacable, calamitoso para el propio partido centenario que, como el francés o el italiano, acabaría pasando a la historia tras las presidencias de aquel Rodríguez Zapatero y este Sánchez García- Castejón.
La pregunta que muchos se hacen es: ¿en qué planeta vive Sánchez para no haberse enterado de a quienes entregó toda su confianza?
Pero hay otra que casi nadie se atreve a responder: ¿el presidente es el cómplice necesario de la apuntada organización criminal o tan sólo un lerdo ajeno a todo lo que le rodea salvo a su propio ser y circunstancia?