La sociedad española está esperando el Manifiesto. Así, con mayúsculas. La llamada de medio centenar de ciudadanos de todo orden y condición para despertar a todos los españoles de la pesadilla que estamos viviendo.
Un primer ministro, sin mayoría de gobierno y enfrentado a la Constitución, que tapona cualquier salida de la insólita situación en que ha empotrado al Estado, tiene que desalojar su despacho y aposentos. Final de la aventura, y con deshonor.
Un primer ministro sin más capital que un orgullo homérico y la supervivencia que proporciona a minorías ridículas en un contexto nacional; que pierde votaciones en el parlamento y se ve obligado a trampear los procedimientos legislativos, tiene cortadas las alas.
Un primer ministro que frente al consenso europeo sobre la necesidad del rearme no se le ocurre nada mejor que, allí mismo, a la salida de la cumbre, manifiesta que le fastidia la palabra rearme.
Un primer ministro capaz de hacer el ridículo gratuitamente, pues su brillante ocurrencia no satisfizo ni a sus propios ministros que media hora después votaban contra el dichoso rearme.
Un primer ministro incapaz de responder en el Congreso a cuantas cuestiones platean cumpliendo su responsabilidad los representantes de la soberanía nacional.
Un primer ministro mareado por el tufo de la corrupción que ha hecho presa en ministros, colaboradores cercanos y su propio ámbito personal.
Un primer ministro que se vale de la Abogacía del Estado y de la Fiscalía General para la defensa de sus intereses y los de su Gobierno, y actuar contra quienes osan levantar las palaciegas alfombras.
Un primer ministro que okupó el Tribunal Constitucional poniendo a su frente a un seguro servidor para retorcer las funciones constitucionales que tiene atribuidas hasta convertirlo en una supremísima cámara de casación del TS.
Un primer ministro que mete sus manos en grandes compañías privadas de cuyos servicios trata de aprovechar en beneficio propio.
España no merece tal descaro, tanta impudicia, por parte de los responsables de las instituciones políticas que están apoyando, permitiendo, o incluso soportando, la quiebra de la normalidad que tal primer ministro provoca con cada movimiento.
La Nación precisa poner el gobernalle de la nave en manos de la mayoría real, la de quienes ganan elecciones.
Rearme. Más allá de la dimensión defensiva europea, España precisa de un rearme cívico, la renovación de los principios que garantizan la convivencia en libertad, el progreso y la solidaridad; el cumplimiento de las layes, la puesta al día de lo ajado, y el imperio de la honestidad, tanto en la función pública como en las privadas.
Señores, se ha hecho tarde, hagan el favor de ir saliendo.