Al cabo de cuarenta y seis años parte de quienes juraron o prometieron defender la Constitución la zahieren, atropellan sus principios básicos y arruinan sus instituciones. Sus enemigos no están fuera, operan desde dentro del sistema abierto de par en par por quien se constituyó en una especie de Deus ex machina.
Ese dios que unas primarias sacadas de la manga más una prevaricación judicial de libro pusieron hace seis años en la cúspide del ejecutivo de la nación, ahí sigue sin haber ganado una elección popular. Ni una, y ocasiones personales ha tenido hasta tres.
Tan inestable posición forjó desde el primer día su firme determinación de comprar cuantas conciencias, voluntades e intereses fueran necesarios para impedir el acceso de nada ni nadie al laboratorio en que pergeñó su frankenstein personal a base de deshechos políticos, éticos y estéticos.
A partir de ahí y sobre las arenas movedizas en las que Rodríguez Zapatero dibujó los perfiles de un nuevo tiempo político, la sede de la soberanía nacional está sojuzgada por una mayoría de intereses ajenos a los generales del común. Las consecuencias resultan demoledoras para el progreso y bienestar del conjunto de la sociedad.
El velo de la concordia con el que la Constitución trato de superar el guerracivilismo latente durante todo un siglo ha sido rasgado de arriba abajo, y lo que refrendó una inmensa mayoría de la nación es aplastado por un muro divisor entre buenos y malos, progresismo y fachosfera. Visto de otro modo, un bunker desde el que resistir el paso de un tiempo que amarillea.
Como en el invierno de 1945 descargaban bombas sobre el Führerbunker berlinés, hoy lo que cae sobre el bunker sanchista son delaciones y escándalos, actuaciones judiciales, informaciones periodísticas y las voces de la gente que ya no soporta la presencia del artífice de la situación.
La Constitución resiste porque España es mucho más que sus gobiernos, porque en el fondo los ciudadanos se sienten protegidos por ella; quizá no saben cómo, pero se malician que cualquier otra cosa será peor. Y porque al frente hay una institución empeñada en unir cuanto otros pretenden romper. Es la Corona con su titular el Rey Felipe VI al frente.
Siempre hay cosas por las que merecen la pena marchar adelante.