Los servicios judiciales no dan abasto para tantos despachos y citaciones a los compinches del primer ministro. Cuanto rodea a Pedro Sánchez está cercado como aquel aventurero que llegó a hacer de general, Custer se llamaba. Terminó abatido por los indios en Little Bighorn.
Aquí, siglo y medio después, son jueces, periodistas y colaboradores desengañados quienes mantienen el cerco sobre el personaje, y las carabinas, rifles y cuchillos han dado paso a las leyes, la pluma y los testimonios.
Son armas de largo alcance, que carecen de la efectividad inmediata del plomo o la flecha. Este es tiempo de reglamentos y garantías procesales, de principios políticos y parlamentos donde los ciudadanos depositan sus poderes en delegados más fieles a sus propios intereses que a los de sus representados.
Bajo esas condiciones resulta más que probable que el final del asedio vaya para rato. Aunque tampoco sería anómalo que la resistencia acabara por quebrarse desde dentro. Y es que cuando mantenerse en el poder es principio y fin del sanchismo, su líder puede terminar acompañado por su sombra.
Encadenando mentiras tan flagrantes como lo de que ganó las elecciones del pasado verano, pide confianza con la vehemencia que Groucho pedía más madera para alimentar la locomotora en el Oeste de los hermanos Marx. ¡Confianza, más confianza, es la guerra! clama ahora el marido de Begoña y hermando de David, el jefe de Alvarone, Delgado, Conde, Armengol, Marlasca, Óscar, su exapoderado Ábalos, Koldo y el resto de la peña acorralada por su mal hacer.
Tal vez su fiero instinto comience a temer el impacto que en sus cuarteles cause tanta denuncia, y la presión ciudadana acabe por horadar los muros mentales de lodo, felonías y cutrerío con los que el caudillito perjuro les garantiza la eternidad en el poder. “Dos años más y los que vengan…” proclamó en el reciente congreso de la UGT.