O vendepatrias ¿qué preferís Sánchez, Bolaños, Marlasca, López… y así hasta el último mono de la corporación sanchista pasando por la ministra Robles, tan bizarra a la hora de definir al sátrapa venezolano como taimada ante las tropelías del “puto amo”?
La seguridad interior de la nación rendida a los bilduetarras a cambio de unos votos para seguir humillando al país desde la presidencia que funge el marido de Begoña. Y todo ello presentado por la diputada Aizpurúa, condenada por apoyo al terrorismo. El acabose.
Pocas noticias más tristes cabe esperar en el otoño recién abierto a la desesperanza. Entregar a asesinos sin marcha atrás el orden público, la defensa de las libertades civiles, es la última baladronada del partido que sigue titulándose PSOE, socialista, obrero y español.
Por ahí anda la madre del cordero, ¿Cuántos votantes socialistas se sienten hoy representados por el partido al que prestaron su apoyo hace poco más de un año?
El problema no se llama partitocracia, el problema son los propios partidos convertidos en cotos cerrados a los aires de la calle, a la voluntad popular; la mayoría de ellos incumplen el único requisito que la Constitución les exige: ”… Su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos”.
La estructura dejó de serlo tras la adopción del sistema de primarias que convierte en caudillo al líder elegido. Sánchez es prueba tan clara, como la del 9 en las matemáticas. Desde la cúspide, cercena controles, compra lealtades y reparte a su voluntad gajes y quebrantos llegado el caso.
Cuando diputados, senadores y concejales designados en las listas electorales cerradas sigan votando a las órdenes del que levanta la mano con uno, dos o tres dedos conduciendo como rebaño a los representantes de la sociedad, ¿dónde queda el funcionamiento democrático cuando otro artículo de la Constitución dicta que los representantes “no estarán ligados por mandato imperativo”.?
Es más, cuándo uno de ellos se atreve a actuar con libertad, es castigado pecuniaria y socialmente: tránsfuga o desertor, entre otras lindezas.
Así, frente a la ley, el sentido común y opinión pública es como se viene conduciendo la nación a donde nadie lo sabe. Carente de programa, atropellado por las carencias del día a día y sometido al chantaje de quienes creyeron su palabra, ni el mismísimo primer ministro tiene una idea de adónde va; sólo busca que el viaje sea largo, cuantos más años, mejor para la familia. Suya, claro.