Ayer el Congreso sufrió el asalto de una tropa de miserables que ni siete decenas de muertos bastaron para detener. Difícilmente cabría ofrecer una imagen más nítida de tal bajeza de la escuálida mayoría que sigue los dictados del primer ministro.
Lejos de seguir siendo el ámbito de encuentro del conjunto de los españoles, hoy la cámara es una especie de puerto de arrebatacapas, donde por la confusión, el desorden y la calidad de las personas, hay riesgo de fraudes o rapiñas, que dice la RAE.
Ya conocen lo sucedido, a la petición del portavoz popular de suspender la sesión en señal de duelo, como el Senado hizo en su casa, la apisonadora Frankenstein acordó suspender, sí, la parte de control al Gobierno, pero no el resto de la sesión.
¿Algún asunto de urgencia pendiente, alguna moción de apoyo a los damnificados, solidaridad con los dolientes deudos, qué tan sustancial como para limitar el alcance de la solidaridad con sus representados, valencianos o castellanos manchegos?
No, simplemente un nuevo asalto institucional del gobierno Sánchez, en este caso a las radios y televisión nacionales. Nada más urgente que meter en el órgano de control del altavoz del régimen a golpistas catalanes y bilduetarras vascos, e impedir cualquier control a la oposición. Como suena.
Naturalmente el decreto quedó aprobado, faltaría más. Mientras, siguiendo órdenes del Tribunal Supremo, la Guardia Civil irrumpía en la sede de la Fiscalía General para intervenir los teléfonos, correos y demás medios de comunicación del señor fiscal general de la Nación.
Cuarenta y ocho horas antes, la Asociación Profesional e Independiente de Fiscales se personaba en la causa abierta contra García Ortiz “porque consideramos que, al no renunciar al cargo de fiscal general del Estado, priva a la Sala Segunda del Tribunal Supremo de contar con un Ministerio Fiscal que actúe bajo al principio de imparcialidad, tal como impone la Constitución Española, ya que resulta del todo punto imposible que, en estas circunstancias, la causa penal pueda ser llevada, por cualquier fiscal, con la independencia que se le requiere, teniendo como imputado a su jefe.”
Y así día a día… ¿hasta los mil?