Hace poco más de siete meses, el día 14 de marzo concretamente, el Fiscal General del Estado Álvaro García Ortiz mantuvo una tensa conversación telefónica a través de wasap con la fiscal superior de Madrid, Almudena Lastra. Comenzó temprano, a las 9,03 horas: “Ya tenemos nota”, comunicó a su subordinada. A las 9,25 añadió otro mensaje: “Es imperativo sacarla”. Y doce minutos después, la conminó: “Almudena, no me coges el teléfono. Si dejamos pasar el momento nos van a ganar el relato.”
Nos van a ganar el relato. Fuera cual fuese el relato, un pacto de conformidad de un ciudadano con problemas con Hacienda, lo trascendental reside en el sujeto, nos en que García Ortiz se envuelve.
Al cabo de los dos años que lleva detentando el papel de promotor de la justicia en defensa de la legalidad, de los derechos de los ciudadanos y del interés público, y de la independencia de los tribunales (CE, art, 124), el actual Fiscal General se ha erigido en luminoso fanal del uso alternativo del derecho, escuela que comparte con la pareja Garzón y Dolores Delgado, su predecesora.
Precisamente hace un año el Tribunal Supremo apreció desviación de poder en el ascenso con que premió a su exjefa Delgado. Antes el Consejo Superior del Poder Judicial lo había declarado no idóneo para el cargo, aduciendo falta de independencia.
Que este personaje se aferre a la poltrona no es de extrañar; se limita a seguir lo que ve en el jefe de quien depende. “Pues eso”…
Que el Consejo Fiscal pida que se retire le importa un bledo mientras el mismísimo ministro de Justicia le defienda frente al Supremo.
Sanchismo en vena, eso es el esperpento de un fiscal transmutado en defensor de los usos y abusos de un Gobierno incapaz de sustraerse al interés personal de su nº1, el caudillo coronado por la base que le agavilló un tal Ábalos, su nº2, hoy abandonado y a punto de entrar en galeras.
La coraza que permite a Sánchez mantenerse en pie es tan tosca como efectiva: la obstrucción de los canales democráticos, la ocupación de las instituciones y las amenazas a los contrapesos sociales. Pero le impide gobernar, definir un horizonte más allá del jardín de la Moncloa; una política cierta, despegarse de la estéril mentira de la que se alimenta.
Así ha conseguido sumergir cuanto le rodea en las charcas de la corrupción. Corrupción estética, democrática, y económica, todo un amplio abanico en el que como gran clavillo apunta el tal Aldama. Las varillas del ventalle en cuestión se cuentan ya por decenas, desde las personalizadas por la propia familia del mandamás hasta la del recién inserto don Alvarone, pasando por ministros, exministros, altos cargos, la presidenta del Congreso, asesores y conseguidores varios.
La nómina seguirá incrementándose a medida que los tribunales aclaren las voces de los investigados y Sánchez perdiendo la suya tras tanta patraña impostada.
En todo caso, que García Ortiz se llame andana ante su imputación por el Tribunal Supremo es tan insólito como de temer. ¿Comienza la nave del Estado a hacer agua?