Lo peor de lo que nos pasa es que los que están donde se manda a veces quieren mandar. No les basta con estar y disfrutar, no; de vez en cuando se activan y de ahí vienen los males. Con lo tranquilos que todos estaríamos si cesaran de llover sobre nosotros tantos errores, estupideces y villanías.
Han convertido el espacio público en almoneda donde liquidar a bajo precio los soportes de la nación, violentan las instituciones para satisfacer los plazos que les imponen los chantajistas para mantenerlos en el machito. Y así con el sanchismo la actualidad se reduce a una sucesión de apremiantes problemas que por su impericia multiplican los que mandan y atropellan a la oposición que aspira a relevarlos
Por ello nada acaba funcionando, desde los trenes o el servicio público de correos hasta la política internacional todo es víctima de la improvisación; urgente generalmente para tapar agujeros o parchear los desaguisados causados, pero sobre todo carente de programación y principios generales.
El mundo de la Energía, a cargo de una señora nominada por gracia de las cuotas nacionales y de género comisaria en la UE, es lo más parecido al gran agujero negro que en el espacio encierra lo desconocido. La definición de cualquier cosa parecida a un programa está en manos de aficionados prejuiciosos frente a nucleares, solares, ventolinas y lo que se presente.
El de la Educación de la sociedad está en manos de una mentirosa compulsiva de cuyo ejemplo nada bueno pueden sacar los infantes, y la superior ha sido confiada a una dama de la sueca Orden de la Estrella Polar, ingeniera de telecomunicación, dedicada durante once años a labrarse un futuro en dentro del partido socialista valenciano hasta que se le encomendó tapar el agujero producido por la baja de aquel breve ministro astronauta. Hace cuatro meses la ministra exigía a las universidades “cumplir estándares de calidad docente y excelencia científica”, tal vez por ello la Complutense se ha descargado de los dos cursos máster de Begoña.
El de la Economía asiste sin creérselo al asalto gubernamental al Banco de España, sobre cuya autonomía, vigente desde 1980, se ciernen los peores augurios. De entrada, la irrupción traspasando puerta giratoria de un nuevo gobernador se ha visto coronada por la intentona de desalojar a una consejera porque el ministro quiere su sillón para otra persona, catalana o vasca a saber.
Y en cuanto a las cosas de comer, los presupuestos generales siguen en el tendal hasta que los chantajistas no vean satisfechos sus apetitos. Otra burla de la Constitución que establece un plazo de tres meses para ser presentada la ley más importante en la vida ordinaria de las democracias: aprobar de dónde sacar y dónde meter los recursos de los ciudadanos.
Y así podemos seguir repasando el estado de la nación, debate del que el sanchismo huye como gato escaldado, hasta cuanto atañe al cuidado de nuestras relaciones con el resto del mundo.
Más allá de liquidar sin explicación ni sentido la vulneración del mandato de Naciones Unidas sobre el Sahara llamado español, con su lamentable reflejo en las relaciones con Argel, hay evidencias de que algo huele a podrido en nuestras relaciones con Venezuela.
El ambiguo posicionamiento de España frente al reciente golpe de Maduro, las maniobras en la oscuridad del chisgarabís Zapatero, la acogida por un ministro y el tal Aldama presente en tantos charcos, a una vicepresidenta venezolana cargada de maletas, contraviniendo la prohibición de la UE de pisar suelo español, seguirá siendo objeto de rocambolescas especulaciones.
En fin, estamos en el aire. Sin esfuerzos para acometer ni programas por desarrollar. Dando trompicones, de aquí para allá, como si careciéramos de raíces hundidas en las tierras de medio mundo. La falta de reacción inteligente a la reciente humillación sufrida de las autoridades mexicanas pone de manifiesto la imposibilidad de la concertación necesaria entre los agentes políticos actuales para definir políticas no ya de Nación, simplemente de Estado.
Hacer un cesto con tales mimbres es hoy un reto homérico. Habrá que hacerlo y volver a soldar las grietas abiertas por unos insensatos en el casco de la nave con la que salimos libres del tifón de las dos Españas.
No hay atajos. Ilustración, cultura, altura de miras y orgullo de pertenencia a una sociedad que como una granada madurada estalla dispersando sus granos henchidos de vida por todo el continente… Las palabras, referidas a la América hispana, son de Salvador de Madariaga, que termina su obra escribiendo: … y morirá también como granada esparciendo sus granos de sangre injerta y dejándolos en campo abierto a que los picoteen a su gusto las águilas del poder.
P.S. Salvador de Madariaga, El ocaso del imperio español en América, Argentina 1955.