Resulta curiosa la incapacidad del ciudadano para reconocer las cosas tal y como son. El expresidente Rodríguez Zapatero se ha esfumado antes de reconocer que trabaja para el sátrapa venezolano. Parece que está reservado en la isla canaria de Lanzarote, tal vez esperando a que escampe el chorreo causado por su proceder.
Sánchez, su secuaz y actual presidente, también en Lanzarote, disfruta de la residencia real de La Mareta que Hussein de Jordania regaló a Juan Carlos I. Tampoco ha sido encomiable su reacción frente al golpe perpetrado por el mismo fantoche caribeño.
Como momias callaron ambos ante la vejación infligida por la autoridad bolivariana a una reducida comisión del Senado español, comunicada en tiempo y forma. La coordinación entre el desdén del primer ministro español desde Madrid y el del verificador, invitado y ya residente en Caracas, resultó ejemplar.
Ejemplar de hasta qué punto uno y otro, médula el sanchismo, respetan el juego monstruoso del chavismo. Como si siguieran las huellas de aquel movimiento del 15-M de los Monedero, Iglesias, Errejón, Belarra y tantos otros alegres muchachos que terminaron fagocitados tras su paso por los gobiernos de “mi persona”, del doctor cum laude.
El caso es que, desde entonces, la política nacional ha generado un grado de confrontación ciudadana desconocido desde los años treinta del pasado siglo. Crear muros, líneas rojas y demás elementos de división entre españoles, incluso intrafamiliares; pervertir el sistema autonómico; cegar la independencia de los tres poderes del Estado y entorpecer el juego de los contrapoderes sociales que definen toda democracia representativa, han constituido sus líneas maestras.
Si parecen patos, nadan como patos, y graznan como patos, no cabe duda: son patos. Ya puede haber más de treinta familias de patos, desde nuestro azulón hasta el colorado de Venezuela, pero al fin, tan pato es el de allá como los de aquí. ¿Por qué no reconocerlos como tales?
Aquí las aguas son más frías, lo que quizá permita mayor contención de la que quepa esperar entre los calores caribeños. Pero allá como aquí el paso del tiempo puede terminar hermanando a todos en el mismo empeño y terminar destrozando los cimientos de nuestra convivencia en paz y libertad.
Puestos a pedir cuentas sobre el descalzaperros que ya sentimos sobre nuestras cabezas hagámoslo seriamente: ignoremos al expresidente zascandil y vayamos al núcleo del problema; atiende por Sánchez y, como el otro, parece, nada y grazna como el gran pato caribeño que anida entre los torrentes, Maduro.