El socialista catalán Salvador Illa tomó posesión de la presidencia de la Generalitat con una manifestación formal interesante en aquella Comunidad: «Prometo por mi consciencia y honor cumplir fielmente las obligaciones del cargo de president de la Generalitat con fidelidad al Rey, a la Constitución, al Estatut de Autonomía y a las instituciones nacionales de Catalunya«.
Dicho así, suena bien. La fidelidad al Rey es buena noticia. Bienvenida la hora en que la primera autoridad del Estado en Cataluña manifiesta su lealtad y acatamiento al jefe del Estado, al Rey durante los últimos años preterido por chiquilicuatres y cantamañanas que, como es natural, pronto acaban desalojados de sus tinglados.
Veremos hasta dónde llega la fidelidad a la Constitución. Después de haber firmado lo que Sanchez le hizo firmar con la izquierda republicana para acceder al solio de la Generalitat no parece sencillo. Oír a la siempre exultante vicepresidenta primera del gobierno nacional, o sea de España, que fue “un día histórico, un día grande por avanzar en la federalización del Estado” aclara la infausta situación. La Constitución es la que es, y no la caja de Pandora.
Aunque algún predecesor no lo tuviera tan claro, el acatamiento al Estatuto de Autonomía era un pie forzado en su promesa, faltaría más. Y, como es natural, para el nuevo molt honorable el Estatuto es el que es, no el que fue tallado por obra y gracia de aquel Zapatero que encandiló a millares de catalanes en el Palau de San Jordi animando a los secesionistas a pedir la luna: «Aceptaré el Estatuto que apruebe el Parlamento de Catalunya«. Y claro, pasó lo que pasó; el Constitucional tuvo que recortar lo que salió de aquel Parlament y un referéndum exprés aprobó. Siete años después, un tal Puigdemont proclamó la independencia.
Illa tiene dos posibles salidas. Una, es el camino trillado que sus predecesores recorrieron para llegar a ninguna parte. Resulta probable que acabe haciéndola suya. En su compromiso con ERC se ha obligado tanto como el doctor Fausto de la historia de Marlowe que inspiró el poema romántico de Goethe y la ópera de Gounod. Mal final el de aquel pacto.
La segunda, producto del marketing monclovita, se cifra en las dos bellas palabras que enarboló en su toma de posesión: unión y servicio. Dos remedios para los males endémicos que la región viene sufriendo. Porque lejos de haber normalizado la vida política catalana, de haber superado enfrentamientos entre sus propios agentes y frente al resto de la nación, la medicina aplicada por el doctor cum laude ha tensado la situación hasta el extremo de haber tenido que terminar ahora vendiendo la Constitución por capítulos.
Illa dio la medida de sus capacidades al frente del ministerio que se enfrentó con la pandemia de la Covid. Fueron muy limitadas, ciertamente, pero es hombre aseado y culto. Respetuoso, salvo con la verdad, transmite una imagen de funcionario aplicado que casa con el anuncio de dedicar su gobierno a procurar los servicios que los ciudadanos reclaman en tiempos de paz; luz, seguridad, escuela, etc. ¿Contará con los mimbres precisos de forma estable, o estará como su jefe al albur de los intereses, caprichos o mala leche de sus eventuales apoyos?
Una pregunta podría aclarar su propósito: ¿estará dispuesto a ensanchar su círculo de convivencia más allá del soberanismo separatista?