Esa es la consigna repetida con precisión por los miembros del gabinete sanchista ante la imputación formal de la mujer del presidente por la comisión presunta de dos tipos de delito: tráfico de influencias y corrupción en el sector privado.
Hablar de extrañeza ante una eventualidad conocida desde hace meses es un oxímoron. Y vista la rabiosa misiva a la ciudadanía firmada por el “puto amo”, la segunda en tres semanas, exhibir tranquilidad es de aurora boreal.
Como es propio del personaje, Sánchez se echó al monte para acusar a derecha y extrema derecha, cinco veces mentó a Feijóo y Abascal como si de una dupla maligna se tratase, de cometer esta felonía en vísperas de unas elecciones. Con lo sencillo que hubiera sido aclarar meses atrás el tinglado montado por su mujer en el indudable libre ejercicio de su libertad. ¿O no tan sencillo?
El caso es que no lo hizo; es más, organizó el frívolo numerito de su abandonar sus funciones durante cinco días para recabar aliento militante y hacer el paripé anunciar una visita al Rey como si fuera a rendirle su dimisión.
Vamos a ver; este tipo es un falsario más enamorado del poder que de su pareja, a la que habría liberado de la situación en que se encuentra asumiendo él en persona lo que haya podido haber de tráfico de influencias. Ni una palabra sobre su presencia en actos en los que debería haberse abstenido de participar.
O es que, acaso, la enamorada pareja no comentaba nada de sus actividades diarias, naturalmente al margen de las protegidas por el secreto profesional obligado a los miembros de un Gobierno. Extraño porque, de hecho, el presidente llegó a elogiar con calor en público a Barrabés, uno de los mecenas de su esposa.
Este maldito caso, que extenderá por doquier la imagen de una España corrompida desde la residencia del primer ministro, no tiene por donde ser salvado. Ninguna de las imputaciones hechas ha sido negada, ni siquiera aclarada. Tratar de tapar el socavón ignorándolo, o rellenándolo del barro enemigo, es la mayor torpeza cometida por los servicios presidenciales.
Barro enemigo; leyenda inscrita en el lábaro de los guerracivilistas que hace unos días aquí mentamos a propósito de lo vivido en la sesión del Congreso sobre la amnistía. Ahora el frente está fijado en las elecciones europeas que afronta armado de víctima progresista frente a la jauría de Feijóo y Abascal, así, siempre juntos como un solo personaje, tal que Ortega y Gasset. ¡Cuánta torpeza!
El insensato nunca piensa en lo que deja atrás, en el “imposible la habéis dejado para vos y para mí”.