Con los idus de marzo le cayeron encima a Julio César veintitrés puñaladas al pie de la estatua de Pompeyo . En aquel catorce de marzo murió la República romana; veintiún siglos después se eclipsará el sanchismo.
La conjunción de elementos que hoy definen la actualidad política ha abierto una depresión tan honda que no se visualiza una salida natural a la normalidad, a la restauración de los usos democráticos que perdimos a consecuencia del golpe yihadista del 11-M.
Los fantasmas alumbrados durante la última década han restallado definitivamente en el comienzo de esta malhadada legislatura. Han cuajado en realidades al abrigo del sanchismo, fenómeno político sin más principio que el cultivo de la ambición personal de un felón.
No es insulto calificar a Sánchez de felón, tan sólo la definición que cuadra a quien se produce con deslealtad y alevosía ante la Constitución que prometió cumplir y defender; que ha deshonrado la magistratura que ocupa gobernando contra media España tras el muro que levantó en su investidura.
La corrupción que asfixia múltiples instancias del gobierno Sánchez es la cara soez del fracaso de una administración minada por las injerencias de intereses menudos, familiares o de partido, que desarticulan las carreras profesionales de la función pública.
Pero hay otras formas de corrupción, de perversión, como la negación del otro como sujeto político, la mentira pertinaz y la trampa institucionalizada.
El destino del presidente del Gobierno tiene escaso interés, salvo para él mismo y quienes de él viven. Lo que importa es la suerte del conjunto de los españoles, lo que se llama la Nación. Bajo su arbitrio no hay solución predecible. No Way Out.
Las tres elecciones en un trimestre le harán bailar en el aire para mantenerse sobre el alambre. La suerte que corra la amnistía sea cual fuese, le será adversa y desembocará en la afrenta del referéndum y la declaración unilateral de independencia. Sin presupuestos, lloverán demandas y reclamaciones. Los tentáculos de la malversación de fondos públicos y el conflicto de intereses en que el propio presidente está inmerso terminarán por cegar las luces del presente escenario.
Él mismo ha provocado tan fatal conjunción de elementos. Sólo recuperando la centralidad política podría ser afrontada con alguna solvencia. Ensoñación tal no es de este mundo. El muro del “no es no” ha hincado sus raíces en la tierra cainita que ya pide a voz en grito, y por toda España, un arado de profundidad para recuperar la fecundidad de sus tiempos mejores.
Abstenerse ante el cartel No Way Out no es propio de ciudadanos responsables.