El camino de rosas que Sánchez anunció tras la recomposición de su segundo Frankenstein, noviembre 2023, ha trocado en vertedero de inmundicias: deshonestidad, impudicia, desvergüenza, obscenidad y basura.
En él estamos. Asombrados por las cosas que vemos pasar bajo el puente, acumulándose unas sobre otras como si a cada día no le bastara con su propio afán.
Visitas y cucamonas de su gobierno al prófugo en Waterloo pagadas con desplantes del presunto terrorista, ruptura de la mayoría parlamentaria ante un Decreto Ley, hundimiento del partido en las elecciones gallegas, Europa revisando nuestro sistema judicial, el presupuesto estancado, la amnistía también, y por si no bastara, la ruptura interna del partido y su grupo parlamentario.
Menos mal que el gran timonel, el doctor cum fraude, sentenció hace unas semanas que ellos son “los únicos capaces de gobernar y gestionar la complejidad”. Manos mal; tranquilos pues.
Pero la realidad es que esto hiede y cada vez por más ámbitos. Lo que comenzó como un episodio más de la saga Torrente, levanta el vuelo y proyecta nuevas sombras sobre el Gobierno y las estructurillas de poder del partido. Koldo ha dejado de ser la víctima sacrificial, y Ábalos, con tanto embuste y lágrimas de cocodrilo, se diluye en la trama como un conseguidor más.
La negra sombra de la corrupción ya se ha extendido sobre dos colaboradores en aquel gatuperio montado por Cueto y Aldama, dos fulanos que explotaron en beneficio propio la codicia de tantos botarates sin conciencia o de estólidas autoridades.
Serían los casos de Torres y Armengol, expresidentes de sendas autonomías que coincidieron trucando los contratos de la pasta y Sánchez ha distinguido, sentando al primero en el banco azul del Congreso y a la segunda, en la presidencia.
El paso del marrón a estos últimos ya no les coge por sorpresa. Han visto revolverse contra la condena dictada por el partido, sin aviso ni audiencia previa, a quien apenas hace tres años era su jefe orgánico. Saben que, en la casa sanchista sólo tienen un papel a jugar, el de cortafuegos. Y también que el presidente no es dios. Illa se llama andana desde Cataluña.
No resulta difícil imaginar al multiministro Bolaños aclamando al responsable final del embeleco, su propio presidente, con aquellas palabras del paisano de pueblo, “Amanece que no es poco”, peliculón de Cuerda, exaltando: “¡Alcalde, todos somos contingentes, pero tú eres necesario!”.
Al final, todo termina pasando, los malos olores también.