“Anteponen el poder a la justicia”, ha sentenciado el diputado Ábalos dirigiéndose al partido que le dio horas veinticuatro para salirse del mapa. Y, naturalmente, ha decidido quedarse.
Su conclusión es correcta. Políticamente está sumido en un escándalo de perfiles deleznables, pero más allá de la condena mediática no concurren en él, por el momento, causas formales de incompatibilidad con la representación que ostenta. El escaño de diputado es suyo, no del partido. Así lo tiene juzgado el Tribunal Constitucional desde hace muchos años, y en más de una ocasión.
Detrás de un diputado están sus electores, no los militantes del partido. Y la Constitución promueve su independencia al prohibir los mandatos imperativos, porque en el Congreso él representa a todos los españoles. Todo esto suena hoy a chino porque la democracia representativa se ha desnaturalizado hasta caer en la partitocracia que viene apuntalando esa moda foránea de las primarias internas para encumbrar al dirigente del partido.
La consecuencia de este fenómeno, ¡o César o nada!, es grave: los partidos políticos dejan de servir de cauce al pluralismo y expresión de la voluntad popular, como la Constitución los define, secuestrados por su militancia, instancia única que unge al líder, en español caudillo.
En estas circunstancias, pueden darse casos como el de los peones del gran jefe exigiendo a un compañero apestado por las circunstancias que se recluya en el lazareto. Por lo menos hasta que la tormenta pase; luego ya veremos, que mucho has hecho por nosotros y de hambre no te vas a morir.
Quitárselo de delante era mucho más que una prueba de que “el que la hace la paga, caiga quien caiga.” Echando a los pies de los caballos a una panda de chorizos, Sánchez sacó pecho ante sus conmilitones de la internacional socialista, pero entre algodones mantiene a delincuentes de mayor calado, golpistas o exterroristas tan necesitados de él como él de aquellos, Puigdemont, Otegui y demás.
El diputado rebelde sabe de qué va todo esto. Anunció que tiene muchas respuestas y que se defenderá desde la trinchera de su escaño frente a los que «me quieren echar por la puerta de atrás«. Y, naturalmente, seguirá cobrando la soldada correspondiente a los otrora llamados padres de la patria.
En fin, todo en este gatuperio es vergonzoso, incluido el “Ábalos tira de la manta” con que se despachó el portavoz popular Sémper. Tal vez por eso las películas de Santiago Segura, Torrente el brazo armado de la ley, hayan sido en estos años las más vistas del cine español.
Si alguna consecuencia positiva cabe sacar de lo que comenzó como Caso Koldo y nadie sabe en quién terminará, es que la presunción de inocencia, el respeto a la ley, es la única armadura para no caer víctimas de los populismos de aquí o de allá.
Hace poco menos de ocho años la Justicia llegó tarde para anular la condena mediática que pesó sobre la senadora popular Barberá. El ultimátum de su partido, siempre veinticuatro horas, terminó por causar su muerte.