Entre profeta y precursor, Zapatero, aquel José Luis Rodríguez Zapatero de la alianza de las civilizaciones y otras ensoñaciones como los brotes verdes que cuajaron en bancarrota, es el auténtico padre del sanchismo.
Él tejió el cordón sanitario, trasunto nacional del telón de acero soviético, para arrojar de la escena a los conservadores; el agente de la política de bloques que su epígono Sánchez exprime hasta las heces.
Se siente cómodo en el papel de mamporrero (DRAE, 2: “Persona que amaña algo en beneficio de otra”) que viene ejerciendo en cuantos frentes abre su aventajado discípulo. El último servicio, meter a los españoles la milonga de que la amnistía cabe; que borrar los crímenes de los golpistas, malversadores, etc. es tan factible y conveniente como nefando e imposible era hace unos meses.
Y el nieto del abuelo que perdió sin haber llegado a conocer, echa mano de la memoria histórica para ver a su mesías sanchista en el papel de Azaña indultando a los golpistas, catalanes otra vez, del 34.
¿Se habrá enterado el zahorí que la amnistía de febrero de 1936 contribuyó a dotar de apoyo social a los que en julio de aquel mismo año se sublevaron contra el régimen establecido? Claro que no, la pregunta es ociosa; pero no lo es recordar el juicio posterior del presidente Azaña sobre Companys: “ha vivido no solamente en desobediencia, sino en franca rebelión e insubordinación, y si no ha tomado las armas para hacerle la guerra, será o porque no las tiene o por falta de decisión o por ambas cosas, pero no por falta de ganas”.
La amnistía, los pactos con los bilduetarras, la coalición con Iglesias y así hasta la reconquista de la jefatura socialista a lomos de la militancia; un apoyo sin fisuras que reconoció este mismo año el presidente en funciones: “Eres un ejemplo para todos y un orgullo del PSOE. Has estado siempre construyendo convivencia y aportando concordia. Hiciste un país mejor”. Pasados unos meses no consta que haya cambiado de opinión.
El supervisor de nubes desciende de vez en cuando a la tierra para proclamar las excelencias y caminos de su señor ¿Quo vadis, Zapatero?