La situación no está para bromas. Lo del prófugo expresidente de la comunidad catalana merece una réplica tan contundente como clara. Cuando un personaje de esa catadura pretende tener en jaque a todos los españoles es que sabe, o cree saber, que puede ganar la partida que le han aceptado.
¿Quién?, nada menos que un presidente de Gobierno en funciones que quiere seguir siéndolo a toda costa, cueste lo que cueste.
Insensata pretensión, como insensato es el juego con el que tiene absorto a cuarenta y tantos millones de ciudadanos que asisten como quien oye llover a debates sin sentido. Cuestiones ajenas a sus intereses más concretos y tan abstrusas como pueda serlo la esencia de España. Como si el primer Estado-Nación nacido en Europa, cinco siglos ha, fuera un embeleco que asfixió las libertades de quienes hoy pueblan la vieja Hispania romana.
“No son tiempos estos para escudriñar en las esencias ni para discutir si son galgos o podencos”, escribió hace más de una década el Rey Juan Carlos, y cuánta razón tenía. Podríamos pasar el mes de la investidura debatiendo sobre el sexo de los ángeles como los sabios de Bizancio mientras los turcos amenazaban Constantinopla. Y pasó lo que les pasó a los dos conejos de la fábula de Iriarte, que distraídos en la discusión sobre sus perseguidores, los perros se los comieron.
Los romanos que se refugiaron en la colina del Capitolio tuvieron más suerte. Los graznidos de los gansos del templo de Juno desbarataron el asalto de los bárbaros galos.
¿Nos faltan acaso señales de alerta sobre lo que se nos viene encima?
Los cimientos de nuestra convivencia están siendo corroídos por las termitas a que ayer aludía el expresidente González. El socialista que reconstruyó el viejo partido confesó que le costó votarlo en las recientes elecciones. Lo dice desde la misma libertad con que se enfrentó al franquismo y trabajó después por la democracia, tanto desde la oposición como presidiendo el Gobierno de la Nación.
Sus declaraciones fueron una nueva llamada de atención emitida desde la misma base que Sánchez utiliza para montar el derribo del sistema constitucional con una amalgama de minorías irredentas, mayoritariamente reaccionarias.
Esa llamada mayoría de progreso está sometida al dictado de minorías, independentistas y populistas; y de una vicepresidenta con carátula de comunista que con su sonriente visita absolvió al golpista catalán en el parlamento europeo.
Y ahí radica una de las causas de la crisis que vivimos: las minorías ejercen sobre las mayorías el poder de su complementariedad; tanto en la galaxia Frankenstein como en el polo opuesto, como Vox presume pese a su depreciado capital político.
El freno a esta deriva sólo tiene un remedio, ajustar las zapatas de las dos fuerzas mayoritarias en los dos bloques estampillados por la propaganda sanchista. Populares y socialistas, sin las rémoras que lastran sus principios hasta la corrosión, están llamados a recorrer juntos el camino que ha resuelto las crisis vividas en otras tantas democracias europeas. Ardua cuestión estando Sánchez de por medio.
La conjunción de los dos partidos, dieciséis millones de votos, supone el 74% de los escaños del Congreso. Esa es la única gran mayoría capaz de desatar el nudo gordiano que dejan las crisis mal resueltas e incluso las creadas por el sanchismo. Tendría la fuerza con que Alejandro Magno resolvió la cuestión, cortando de un tajo el que había trenzado Gorgias.
Nuestro rey Fernando el Católico hizo suyo el principio de que tanto monta cortar como desatar, el “tanta monta” que unido al “monta tanto” de la reina Isabel constituyó la divisa de los primeros reyes de la España moderna.