Cuatro días encerrado para preparar el debate, quién lo diría. El presidente del Gobierno Pedro Sánchez Pérez-Castejón dio ayer la talla, ciertamente minúscula talla, de lo que es. Mitad truhan mitad señor, como canta Julio Iglesias; camorrista, como los contertulios del Sálvame de La 5; incapaz de hilar argumentos sobre los guiones que extendió sobre la mesa, en fin, un mal actor; tan malo, que daba el pie a su rival para que le sacara los colores. El Falcon, los pactos, la Eta, el sanchismo, Chapote, el sí es sí, etc. Por cierto, el Falcon para uso de “los Jefes de Estado”.
El debate concluyó con aire de despedida ante unos espectadores sorprendidos. El personal esperaba el desplome de un rival soso, rural y carente de experiencia, pero Alberto Núñez Feijóo, libre del corsé de los debates en el Senado, resultó agresivo, experimentado y conocedor de todo lo que se hablaba. Frenó en seco la moto con que Sánchez se lanzó en el primer asalto; frente a los datos macro de la economía nacional, Feijóo tiró de la micro, que es lo que ve y de lo que la gente vive: precios, hipotecas, etc. Además del pufo de la deuda.
El presidente sintió la costalada y comenzó a interrumpir con la vehemencia que el perdedor trata de frenar a quien le adelante metiendo palos entre sus ruedas. Y así comenzó el triste espectáculo que, lejos de adelantar un posible acercamiento de los dos grandes partidos en aras de la centralidad, marchose por los cerros de Úbeda.
Las fichas que traía de la Moncloa todas tenían un mismo encabezamiento: “PP y Vox lo mismo son”. Y de ahí no salió. Fue su gran aportación a lo que podría haber sido una confrontación de principios y proyectos. No hubo ocasión, y en el colmo de su descalabro se quedó sin aire para recoger el papel que Feijóo firmó allí mismo con la propuesta de dejar gobernar a quien más votos tuviera en las urnas.
La anécdota alcanzó el nivel de categoría; reveló que Sánchez no cree en su propia victoria. Y así vino a confirmarlo desperdiciando su minuto de oro.
Así fue y así comenzó el final del sanchismo. Tal cual.