A cincuenta días de las elecciones, los derroteros por los que avanza la precampaña sanchista resultan difíciles de comprender. A no ser, claro está, que los arúspices del presidente se hayan empecinado en hundirlo definitivamente.
Patética fue la idea de reunir en una sala del Congreso a las bancadas socialistas para servir de palmeros al pato cojo en su auto designación como candidato a una siguiente derrota. Adoptó la decisión tras consultarlo con su conciencia, ciscándose en la Constitución. Ni una palabra autocrítica, tan sólo un dolido lamento por la incomprensión de su trabajo calificado de ejemplar. Tampoco el señalamiento de un horizonte nuevo capaz de que movilizar a quienes realmente se dirigía.
¿Futuro, por que hablar del futuro si tenemos la memoria democrática recién aprendida?
No gesticulaba para los allí presentes, reducidos al papel de porteadores de unas improvisadas parihuelas sobre las que el líder trata de impresionar al resto de los mortales desde lo alto. Como los antiguos sediarios de los pontífices romanos, abocados al paro tras el último viaje del papa Juan Peblo I en 1978, en cosa de dos meses los palmeros del sanchismo habrán de buscarse a pie de calle su avío con las cosas de comer.
Con aires de cruzada, la soflama presidencial agitó la ajada bandera del miedo a las ultraderechas, al fascismo y demás sandeces que realmente no habían mellado las ganas de cambio con que la mayoría de la gente acudió pertrechada a las urnas el último fin de semana.
Hay que estar enfermos para pensar que la gente añora el suicidio colectivo de un país que allá por los años treinta -pronto hará un siglo- se declaró en guerra consigo mismo. Y deben de creerlo firmemente, porque esa milonga la han estado bailando durante los últimos tres años.
Grave es que en el Gobierno de la nación haya media docena de figurantes soplando los rescoldos de aquella conflagración, pero que ese disparate se haya entrañado en los restos de uno de los dos partidos clave de nuestra democracia es gravísimo. Es lo que tiene haber cohabitado tan ricamente con quienes dijo que no podría dormir a golpe de pesadillas. ¡Ay el refranero!: “con quien niños se acuesta…”
En fin y por resumir: el mitin del miércoles, primero de la campaña, recordó a muchos una viñeta humorística que Chumy Chúmez publicó en la portada de Hermano Lobo en el verano de 1975. Desde su tribuna, el preboste desafiaba a la gente, “¡O nosotros o el caos!”. Como un solo hombre, el personal respondió “El caos, el caos”.
No es preciso recordar que el mandamás replicó: “Es igual, también somos nosotros”; ni tampoco que el doctor cum laude atribuyera el chiste a El Roto. Aunque esto último revela que no sabe de lo que habla.
Como siga así, que seguirá, no le arriendo la ganancia. El día de Santiago, 25 de julio, Feijóo tendrá que darle unas muy sentidas gracias.