De no mediar ya un radical “hasta aquí hemos llegado”, el gobierno Sánchez podría culminar el proceso que durante toda la legislatura lleva persiguiendo: desconectar España de sus raíces históricas, culturales y políticas.
Los instrumentos utilizados son conocidos: la falsificación de la realidad vivida durante siglos; la desnaturalización de valores, creencias y hasta del propio idioma común, y la demolición de los principios constitucionales que cimentan nuestra convivencia. Todos ellos utilizados bajo la sobra de la mentira.
Esos han sido los objetivos implícitos en la mayoría de los impulsos políticos protagonizados por el sanchismo auxiliado por podemitas et alia. Y en su caminar han dejado señales y pertrechos para construir un futuro ¿mejor? Siempre sometidos al principio de que no está el sistema hecho para la persona, sino que es la persona quien se debe al poder.
En todos los ámbitos de la vida: desde la educación infantil hasta la seguridad social, o la Hacienda Pública. Los emprendedores se deben a las órdenes de funcionarios, se niega la libertad de empresa hasta extremos tan vergonzantes como la presión sobre la junta de accionistas de Ferrovial. Y qué decir de las mostrencas leyes sobre la familia, la del bienestar animal y los consejos ministeriales para la vida sexual de las señoras mayores de 60.
Desconectar el país de sus raíces políticas, las que consagra nuestra Constitución, es lo que ha pretendido la versión sanchista del socialismo con la supresión de los controles inherentes a todo sistema democrático. Cuando el poder ejecutivo controla el legislativo mediante una concertación de intereses, es nuestro caso, el asalto al judicial deja a los ciudadanos faltos de garantías jurídicas. Pueden terminar aherrojados. En esas estamos y expuestos a lo peor, sin remisión posible, cuando una vez dominados los tres poderes el presidente asalta el tribunal de garantías, el Constitucional.
También estamos en estas. Dada su actual composición y bajo la férula del señor Conde Pumpido ¿serán capaces sus componentes de juzgar con libertad los asuntos sobre la mesa? ¿O los que les llegarán, como la revisión de las sandeces legislativas impuestas durante este infausto período, o la autorización para celebrar otro referendo de secesión que un tal Aragonés trata de consensuar con Sánchez?
Si este cúmulo de despropósitos requieren un drástico “basta ya” para impedir su consolidación hay otros en los que el país y sus ciudadanos se juegan su bienestar y progreso futuros. A la voz de que el que venga detrás que arree, el mendaz echará mano de la pólvora del rey para maquillar la situación.
El peor dirigente que este país ha sufrido en los dos últimos siglos, sí a Fernando VII aludo, volverá a romper el techo de la deuda pública y dejará exhaustos los recursos financieros de un país que, bajo su mandato, aún no ha recuperado el nivel de renta que tenía hace cuatro años.
¡Dios guarde al sucesor!