El Dr. Sánchez, sí, el que viene fungiendo de presidente del gobierno, mal debe de estar pasándolo por sus adentros cuando frente al jefe de la oposición interpreta siempre el mismo papel en el Senado. Es como el killer de cualquier relato de serie negra que tanto juego dieron en el cine de Hollywood en los años cuarenta. ¡Qué cansino!
Lo lleva en los genes, como el escorpión que hunde su veneno en la ranita que graciosamente lo pasa de una a otra orilla del río: “lo siento, no pude evitarlo, está en mi naturaleza” se explicó mientras ambos se hundían en la corriente.
Para Esopo el instinto asesino no tenía vuelta de hoja. Muchos siglos más tarde, en la Britania victoriana, Stevenson ideó otro tipo de criminal, tan complejo que se desdoblaba en dos personajes opuestos, el afable doctor Jekyll y el asesino Hyde.
Nuestro premier no es capaz de desdoblarse. Habla para destrozar, para romper, para matar las esperanzas que podría abrigar cualquier biempensante en un mundo mejor, diferente.
El debate que ayer mantuvo con el líder de la oposición revela hasta qué punto es capaz de romper cuantos puentes y lazos le pongan por delante. Habrá quien piense que su determinación venga dictada por los malos augurios que se reflejan en su propio semblante. Podría ser siempre que su actual actitud careciera de precedentes, pero no es el caso.
Desde la ocupación del antiguo PSOE su trayectoria ha estado basada en la demolición de cuantos obstáculos pudieran detener su ambición. Comenzó por demoler la estructura interna del partido que ha gobernado más de la mitad de los años de nuestra democracia constitucional.
Y ha seguido haciéndolo con la del propio Estado sin haber ganado una sola elección. El poder caudillista que le proporcionaron las primarias internas le ha permitido formar alianzas, más que con adversarios, con enemigos declarados de su propio partido: asesinos de compañeros, golpistas y gentes que, como se temía, no le dejan dormir tranquilo.
Feijóo ayer enfrentó dos visiones sobre el objeto de la política democrática: servir al país o servirse del país. Adivinen ustedes cuál corresponde a quién de los dos.
Una pista, el killer apretó los dientes, miró al techo y no pasó más.