Conviene tomar nota de que el asalto a traición del CP puede tener efectos más duraderos de lo previsible. La reposición de la barrera establecida para la defensa de la integridad territorial de la Nación y del orden constitucional no sólo es cosa de que las próximas elecciones desalojen al felón de la cabecera del banco azul. El sanchismo es bien consciente de su capacidad y por ello lo concertó con golpistas catalanes, exterroristas vascos y otros comparsas de esta farsa en que ha devenido la política nacional.
No es menos cierto que otros gobernantes pensaron algo semejante años atrás. Antes del sanchismo, más demedio siglo antes, también el franquismo pretendió esposar las manos de los siguientes mandamases para que todo quedara atado y bien atado, sin que cupiera en la historia de España otro futuro que aquel mismo presente. Tal ensoñamiento se topó con la realidad de una sociedad que dijo “hasta aquí hemos llegado”, y con tanta determinación como buenas formas, hizo que las ataduras saltaron por los aires.
¿Están hoy los españoles en situación de poner sobre la mesa un “basta ya” que arrolle en las urnas y reabra la vía de la razón?
Para que ello suceda se precisa la concertación de muchas variables, además de la toma de conciencia de que podemos vivir en un mundo mejor, con la seguridad que da el cumplimiento de la Ley; de que nuestra democracia está en riesgo.
La trampa de la proposición de ley no podría salir adelante en cualquier democracia consciente de sus valores; en la que se cumplen los procedimientos legislativos; donde las leyes tienen carácter universal, no están dirigidas a sujetos determinados; y cuando de todo ello da cuenta un tribunal de garantías que actúa en tiempo real.
Aquí y ahora hay que aguardar años a los pronunciamientos del TC. Pero es más, un gobierno socialista suprimió en 1985 el recurso previo de inconstitucionalidad con el pretexto de que entorpecía la labor legislativa del Ejecutivo. Treinta años después un gobierno popular lo restableció para proteger de atropellos a los estatutos de autonomía. ¿Quién iba a pensar que unos años más tarde otro gobierno socialista pudiera atreverse a tamaño atentado contra la defensa del sistema?
Sin aclarar la sopa de letras que satura el melting pot de la política nacional resultará prácticamente inviable un Congreso con la mayoría necesaria para devolver a su cauce natural, o sea constitucional, la gestión y administración de los intereses generales de los españoles, de todos los españoles.
No será fácil la tarea de desencallar la nave lastrada por ambiciones ventajistas e insolidarias de unos y la deslealtad de otros al sistema mismo. Desmontar el bloque Frankenstein requerirá el triunfo de la inteligencia; quizá con el sentido común fuera suficiente. Y las ataduras de hoy serán cosa del pasado, como hace cerca de medio siglo sucedió.
¿O es que toda una sociedad puede vivir bajo un cielo eternamente encapotado por la mentira?