“Os pido hoy, aquí, en nombre de los represaliados franquistas, de nuestra gente, de la gente que ha conocido las cárceles franquistas, que ejerzamos un voto clave. Es un derecho, os pertenece a vosotros. No es de ellos.” Así habla, implora en una entrevista, la vicepresidenta segunda del gobierno sanchista que en unos días ocupará un sitio destacado en la cumbre de la OTAN.
Era la vicepresidenta comunista que busca gente entre las sombras de una tragedia civil cuyos supervivientes juraron cerrar bajo siete llaves hace medio siglo; en 1978 concretamente. Juramento sobre el que ella misma, la vicepresidenta Yolanda Díaz prometió respetar y defender al tomar posesión de su cargo.
Como todo lo que le rodea, la chulísima vicepresidenta no tuvo empacho darle vuelta a su querencia por el pasado y acusar a los populares de no mirar nunca al futuro. Extraño empeño el suyo el de revivir la pesadilla de una guerra civil que dejó el solar nacional como Putin está asolando Ucrania.
Y, por cierto, la otra vicepresidenta, la primera, la del orden, Nadia Calviño se mete en el berenjenal de la crisis hispano-argelina nada menos que vinculando públicamente a Putin con la decisión argelina. Calviño recordó que ella preside el principal organismo del Fondo Monetario Internacional (FMI) y que «en las últimas reuniones internacionales, celebradas en primavera, ya vi que Argelia estaba cada vez más alineada con Rusia. No me ha sorprendido tanto cómo eso se ha concretado ahora”.
¿Vivimos realmente en el mundo que dibujan nuestras vicepresidentas? Porque las nombró Sánchez, pero son nuestras, las tenemos encima; hacen como que nos gobiernan, una mirando por el retrovisor y otra inventándose una batallita que podría añadir leña al fuego que tenemos en el sur.
Señoras, ya está bien. Un poco de prudencia. Y vergüenza, claro.