No echéis margaritas a los cerdos, dice un viejo refrán. Es lo que ha hecho Sánchez perpetrando la destitución de la directora del CNI anunciada por su ministra Margarita Robles. Cerca de media hora necesitó Margarita para informar de algo formalmente tan sencillo como el cambio de titular en el CNI. Funcionaria por funcionaria, dijo en su expresión más ingeniosa presuponiendo que con ello explicaba lo suficiente. Como si hasta la víspera no hubiera defendido, uñas y dientes, a la víctima de la destitución; perdón, de la sustitución.
Para llegar a tal hallazgo hermenéutico echó mano del manual “Cantinflas a su alcance” y dio más vueltas que el borrico de la noria para dejar bien claro lo que a nadie interesaba: que siempre ha dicho lo mismo, que se siente orgullosa de ser ministra, orgullosa de su presidente, orgullosa de ser española, y orgullosa de España misma. Sandios, qué turra.
Margarita ha dejado la salida expedita para que su presidente entregue su cabeza, ¿será por cabezas?, sobre la bandeja de hojalata de esta legislatura oxidada. Los golpistas catalanes, los exterroristas vascuences y los mismos miembros de su gabinete sobre los que no puede disponer, porque son okupas con derecho a pensión, tienen el difícil cometido de no darse por satisfechos con la torpe maniobra en el CNI y ahora reclamar la dimisión de Margarita; pero por otro lado se ven con la necesidad de no forzar las cosas en extremo no sea que el tinglado se rompa y la cordura vuelva a reinar en el gobierno de este país.
Margarita, la flor en que los enamorados buscan, sí, no, sí, no…, confirmar si son correspondidos por su amada, está en las desaprensivas manos de un personaje que cifra sus complacencias en la próxima cumbre de la OTAN. Como si los españoles vieran en ese desfile de mandatarios un atisbo de solución de sus problemas reales, caso de la cesta de la compra, la luz, carburantes o el trabajo de sus hijos, hermanos y padres. (Lenguaje inclusivo, claro). No, ya no están para disfrazarse cantando el “Americanos os recibimos con alegría…” de Berlanga en su “Bienvenido Mr. Marshall”.
Margarita hizo el ridículo como pocas veces se ha sufrido ver en personajes por los que, en medio de la desolación reinante, se tenía algún respeto. Los ciudadanos están sobradamente acostumbrados a que sus compañeros del Frankenstein consideren imbéciles a quienes sufragamos sus necesidades y lo que no lo son, como el uso de aviones, helicópteros, funcionarios en tareas domésticas, y agendas vacías de contenido.
Puestos a seguir rompiendo barreras, pongan al diputado Echenique al frente de su cartera. Tan sublime decisión significaría la redención póstuma de Margarita, magistrada y ministra.