Ya está bien. Con su carta al monarca marroquí, el señor Sánchez Pérez-Castejón ha probado definitivamente su incapacidad para seguir al frente del poder ejecutivo español. Este hombre representa un serio peligro para la vida nacional.
Sobre el cúmulo de dificultades que viene afrontando una sociedad que ha perdido más de cien mil vidas humanas, miles de millones de recursos económicos, y la confianza en sus instituciones representativas, Sánchez desprecia los problemas reales y toma las funciones de jefe de Estado para, de tú a tú y sin intermediarios, establecer una relación impropia con el monarca alauita.
Se ha escrito sobradamente sobre las exigencias que conlleva toda política de Estado, necesario concurso de la oposición, decisión colegiada del Gobierno, ratificación parlamentaria y atención a los precedentes históricos; principios todos ellos ignorados en la última decisión adoptada por el personaje. Pero no se ha reparado lo suficiente en lo que la misiva en cuestión revela.
Su freudiana pulsión por la cumbre del Estado no resulta novedosa. El ridículo incurrido por ello en numerosas ocasiones no le ha hecho escarmentar. El primer ministro, que eso es lo que el presidente del Gobierno es en nuestra monarquía parlamentaria, seguiría siendo primer ministro en una república europea. Pero en la carta se manifiesta como presidente de una república presidencialista, como la norteamericana.
Sólo así se entiende ese párrafo final del escrito: “espero que nuestros dos Ministros fijarán de común acuerdo una fecha para la visita del Ministro de Asuntos Europeos, Unión Europea y Cooperación a Rabat, con el fin de empezar a trabajar para construir conjuntamente esta nueva relación entre nuestros dos países.”
¿Nuestros dos ministros?
Y cuando también espera “con impaciencia la ocasión de mantener un encuentro con Vuestra Majestad lo antes posible para renovar y profundizar la relación privilegiada entre nuestros dos países hermanos…”
Ante tal ambiciosa egotismo pierden valor otras cuestiones, como la propia construcción de un escrito que destroza meticulosamente la sintaxis y las buenas formas del castellano.
Y qué decir del tupé necesario para asegurar al jefe del Estado marroquí: “tiene mi garantía de que España actuará con la absoluta transparencia que corresponde a un gran amigo y aliado. Os aseguro que España siempre cumplirá sus compromisos y su palabra.”
Su garantía, ¿transparencia, cumplir compromisos, cumplir su palabra?
Este tipo está jugando con la Nación como un mono con metralleta.
En unos días hará cuarenta y seis años que el rey de España abrió la puerta de salida al entonces presidente del Gobierno calificando su gestión como un desastre sin paliativos, unmitigated disaster. Fue en el curso del reportaje que Arnaud de Bochgrave publicó en el semanario norteamericano Newsweek sobre la situación española. Era la primavera del 76.