La derrota del sanchismo en votos y en escaños, respectivamente un cinco por ciento y siete menos de los que tenían, no la han podido remediar ni los juegos malabares con las cartas marcadas del jefe del CIS ni actuaciones del Consejo de ministros en plena campaña, como la subida del salario mínimo, sacada de sus bolsillos, que son los nuestros, por la vicepresidenta comunista.
Los populares han ganado, pero no en la medida con que se engañaron para tomar la decisión de mandar a los procuradores a su casa. Empecinados en dar un meneo más al tinglado sanchista, tras el de Ayuso en Madrid, tal vez hayan despreciado los intereses más inmediatos de los castellano leoneses, y así han surgido como termitas formaciones locales que se han hecho con siete escaños y más de setenta y cinco mil votos. Todo lo que ha faltado a Mañueco para gobernar como pensaba.
El asunto recuerda lo ocurrido hace más de un milenio en esta vieja piel de toro: la división del califato de Córdoba en treinta y cinco pequeños reinos que llamaron taifas, facciones en castellano. Los almorávides mandaron sobre más de media Hispania. Terminaron rindiéndose a los almohades un siglo después, y con el paso del tiempo todos ellos fueron barridos por los cristianos.
Ya en el XIX, la primera república sufrió el cantonalismo murciano y la proclamación del Estat Catalá. El primer presidente del aquel régimen no aguantó más de cuatro meses en el cargo, y levantándose en pleno Consejo proclamó: “Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones de todos nosotros!”, tomó el portante y salió aquella misma noche para Francia.
Estamos en esas. O los partidos de gobierno, y sólo hay dos, se toman en serio las cosas, o alguien acabará repitiendo las palabras de Don Estanislao Figueras.
Todo tiene matices, y el bipartidismo también; de hecho, desde aquella primera restauración de Cánovas y Sagasta, aquí nunca ha funcionado plenamente. Lo de la Transición se llamó bipartidismo imperfecto, y resultó bastante mejor de lo registrado posteriormente.
Los carriles de la vigente ley electoral, pensada en 1976 para hacer posibles las primeras elecciones en libertad, conducen a la dispersión parlamentaria que está sufriendo un sistema abocado a gobiernos sin las mayorías suficientes para blindarse ante los chantajes del cantonalismo naciente.
Con los agentes en presencia no parece probable modificar la ley electoral. Una vez despejado el verso libre de Ciudadanos, para gobernar este país el centro derecha ha de formular un proyecto de alcance nacional sugestivo para quienes están vivaqueando en sus fronteras.
Y mientras no vuelva a consolidar un partido sobre principios más sólidos que el de mantener en el poder al actual okupa de su legado, la izquierda seguirá a merced de los embates de los vendepatrias de todas las especies.
Los castellano-leoneses han desvelado a unos que Vox está ahí, y a los otros que los comunistas pueden dejar de contar como han venido haciéndolo. No representan a toda la Nación, pero han dejado oír su voz. Nada nuevo: “todo reino dividido contra sí mismo…”