No tiene un pase el espectáculo que ante la nación entera vienen celebrando en Madrid los dirigentes populares. Grotesco como lo eran los festivales taurinos del bombero o los enanitos toreros y otras perversiones anexas a la fiesta nacional.
Parece como si el populismo se hubiera encarnado en quienes, para muchos, suponían la única esperanza cierta para cerrar cuanto antes el paréntesis con que el sanchismo pasará a la pequeña historia de estos años. La irresponsabilidad de los concernidos en esta astracanada resulta tan difícil de comprender como la que vive todo el equipo gubernamental presente.
Los dimes y diretes que se traen los gestores nacional y regional del partido parecen no tener fin. Con lo sencillo que sería callar, dar por terminada la fiesta; pero ninguno se resiste a no aprovechar el pie que el otro le brinda para mantener vivo el espectáculo.
Aquí ya no pinta nada aquello de qué fue primero, si el huevo o la gallina. Cuando los actores de este interminable rollo son adultos es indiferente, o debiera serlo, aunque se empeñen en demostrar lo contrario. No les vendría mal dedicar un par de horas a ojear las reflexiones que acaba de publicar Rajoy sobre la política de adultos.
¿Serán conscientes de que han sido apoderados por millones de ciudadanos para representar sus ideas e intereses en las altas instituciones estatales? No lo parece.
Lo que parece es que están interpretando el guion de una farsa escrita y dirigida por sus adversarios. Y con tanto acierto lo hacen que, como en las series de moda, se suceden los capítulos de una primera temporada que, en función de su éxito, podría alargarse en una segunda… legislatura.
Si se empeñan, lo pueden conseguir.