Que del cuarenta Congreso del PSOE haya quedado en los titulares la penalización de la prostitución da idea del móvil de su convocatoria. La situación económica no ha merecido la atención que la realidad impone, y de forma muy precisa al partido que dirige el gobierno de la nación. Las tensiones provocadas por los nacionalismos, tampoco. Ni la restauración del dialogo entre los dos grandes partidos, base de un normal funcionamiento de las instituciones constitucionales.
El objetivo era, es y será la supervivencia de su secretario general, y para lo cual Sánchez se ha visto obligado a profesar en la socialdemocracia de González por ver si así detiene la fuga de votos por su flanco liberal.
Tres años han bastado al sanchismo para poner en riesgo de desaparición el partido que el socialismo español, y obrero, fundó hace siglo y medio. Tres años ocupados en la conquista del poder sin más pertrechos que la ambición personal de un jugador carente de principios morales e ideológicos. Tres años urdiendo mayorías parlamentarias con enemigos, más que rivales, que han permeado su propia esencia.
El PSOE es mucho partido, pese a la demolición de sus órganos representativos y de control perpetrada por el actual secretario general. Por cierto, González, que da pocas puntadas sin hilo, le recordó que hace cuarenta y siete años él fue elegido primer secretario, que es como desde su fundación se denominaba el mismo cargo.
El dato no pasaría de ser anecdótico si no fuera por el resto de su larga intervención ante la parroquia que aprobó sin un solo voto adverso la gestión del actual mandamás.
El autor del vuelco a la socialdemocracia del viejo partido de definición marxista recordó que en las primeras elecciones, año 77, se presentaron bajo el eslogan “socialismo es libertad”. Y con el mayor énfasis declaró que le repugnan los tiranos de allende el Atlántico. Siguió perfilando su partido, frente a los socios que actualmente le asisten, reivindicando el feminismo de Carmen Alborch, contra otros remedos actuales, y descalificando el neopobrismo como alternativa al neoliberalismo.
Para rematar la faena manifestó sentirse orgulloso de ser del régimen del 78, expresión que atribuyó, sin citarlo, a la torpeza de su autor. Cumplir las leyes es un deber cívico y si alguien quiere cambiarlas, que cumpla los requisitos para hacerlo.
Sin necesidad de citar a Leguina, pidió al secretario general que estimule la libertad para opinar lo que se piensa. “Yo digo lo que pienso porque pienso lo que digo”, y explicó la bonita frase conjugando los conceptos de libertad y responsabilidad.
Cerró su homilía mostrando su disponibilidad al mando, pero dejando claro que no pretende interferir, ni siquiera que se haga caso de lo que opina. Y su lealtad a un proyecto político… que ahora encabezas tú, Pedro.
¿Será recíproca esa lealtad? Esa es la cuestión sobre la que caben demasiadas dudas.