Cuba es una dictadura. Los cubanos no son libres. Los periodistas extranjeros tampoco, ahí está la corresponsal de ABC detenida con cargos criminales. Pero para nuestro Gobierno, Cuba no es una dictadura mientras la ONU no lo certifique. Por cierto: ¿qué puede decir sobre el caso una organización internacional en la que las democracias apenas suponen el diez por ciento del total de sus miembros?
Parece que tampoco se siente concernido con el caso de la cubana víctima de la dictadura. ¿Será ella o el medio español que representa de menor interés que aquellos otros casos que levantaron oleadas de indignación entre quienes hoy callan?
Lo que pasa es que Sánchez está preso de los comunistas bolivarianos. La presencia de estos cinco en el gabinete, el hecho de que no se haya atrevido a tocarlos, demuestra cuánto la presidencia depende de ellos. Una quiebra de la coalición supondría la caída de Mi Persona, que en la crónica de nuestra democracia pasaría como un fuego fatuo.
En esta clave hay que contemplar cuanto pueda suceder. Los bolivarianos, el de las chuletas y su prima vicepresidenta tienen en su mano la capacidad de hacer saltar el aparataje que mantiene la precaria mayoría parlamentaria sobre la que se sienta el doctor. Porque sin ellos no salen los números y los golpistas, filoetarras, el de Teruel y el de las anchoas buscarían otros acomodos.
Tener un Gobierno maniatado no es lo mejor para capear lo que está cayendo. La primera empresa del país, el turismo, está a punto de echar el cierre, entre otras circunstancias, por aquel triunfal desplante “hemos derrotado al virus. Fuera mascarillas, a partir de ahora, la normalidad”. Dos veces lo ha dicho; la última para compensar los indultos a los golpistas en contra de dictámenes y el sentido común. La anterior fue para cerrar un camino, el del estado de alarma, que acaba de ser declarado ilegal por el Tribunal Constitucional.
Escuchar a la ministra de Justicia, su primera intervención, reducir una sentencia a la opinión de seis jueces, es para temerse lo peor ante cuanto pueda venirnos encima. Las sentencias son sentencias, sean adoptadas por unanimidad o no. Y lo que ésta revela es que, desde el último letrado a este presidente, pasando por los ministros reunidos en Consejo, la ley les importa un pepino.
Para el sanchismo lo único que hay que guardar y hacer guardar es la imagen. Tomaron las medidas propias y exclusivas del estado de excepción, pero lo de alarma suena mejor, pensaron. ¿Los estados de excepción no era cosa de los tiempos de Franco?
Con esta tropa muy lejos no cabe llegar. El 70% de la población que en este mes ya estaría vacunada, Sánchez aseguró en primavera, es realmente poco más del 46%. Y así todo, de penca en penca, como en los cuentos de la Media Lunita.