Claro que defender la posición centrista en la política española resulta difícil, incluso a veces imposible. Las palabras de Arrimadas me han hecho revivir algo sucedido hace años, entre 1986 y 1989.
La Unión de Centro Democrático jugó en el período constituyente bajo la presidencia de Adolfo Suárez, entre otros, el papel de llevar hacia un centro dialogante a la derecha, pero el primer partido realmente centrista de ámbito nacional fue el CDS, Centro Democrático y Social.
Fue fundado en el verano de 1982 por un grupo de amigos y copartícipes de los dos mandatos presidenciales de Suárez. Su ideario comenzaba diciendo: “El CDS nace con el objetivo fundamental de satisfacer una necesidad histórica y una demanda política: la creación de un partido de centro progresista, capaz de renovar la ilusión del pueblo español ante su futuro y de evitar en la vida política la tensión entre dos tendencias opuestas y radicalizadas.”
Como se ve, nada nuevo bajo el sol; su breve existencia muestra el previsible final de uno de sus herederos, Ciudadanos, el partido creado por Ribera que hoy se deshoja entre las manos de Arrimadas.
En las elecciones celebradas en octubre de 1982 CDS se estrenó con dos diputados, pero en las siguientes junio del 86, obtuvo 1,9 millones de votos que se tradujeron en 19 escaños -uno de ellos, el mío por Madrid- que al término de la III Legislatura aumentaron hasta 23 por la incorporación de diputados como el democristiano Wert y el comunista Tamames.
El éxito y buena prensa convirtieron al CDS en el tercer grupo parlamentario. En el verano de 1988 ingresó en la Internacional Liberal, que amplió su denominación añadiendo “y progresista” a instancias de Suárez, quien la presidió unos meses más tarde.
Reacio a dialogar con el de la Alianza Popular, Manuel Fraga, el presidente centrista lo hizo con el que al poco tiempo presidiría a los populares. Una persona de su máxima confianza estableció el contacto, y de ahí salió un doble acuerdo. Con el apoyo del CDS, José María Aznar se hizo con la presidencia de la Junta de Castilla y León en el verano del 87, y dos años después los populares aupaban a la alcaldía de Madrid al candidato del CDS, Agustín Rodríguez Sahagún.
Aquel verano del 89 yo tuve el soplo, o la intuición, no recuerdo, de que Felipe González, pese a su mayoría sobrada, iba a convocar elecciones, acortando un año la III Legislatura. Le informé al presidente de mi partido y le anuncié que de ser así, yo no repetiría en las próximas listas electorales. Ante su extrañeza le aseguré que me retiraría a mi trabajo profesional en el Santander. Y una vez visto que terminó comprendiéndolo, le aconsejé que también él hiciera mutis por el foro. El argumentó fue sencillo: “Adolfo, nuestro espacio lo está ocupando el refundado PP. Ya no somos necesarios. Hora de dejar el campo libre.” Año y medio después, hizo lo propio.
En 2005 se produjo la integración del CDS en el Partido Popular.
Claro que es difícil la supervivencia de los partidos y otras maniobras de centro; recuérdese aquella descabellada operación Roca, o la más reciente extinción de UPyD. Pero no sólo aquí. Los partidos liberales van perdiendo empuje en Alemania o el Reino Unido, quizá porque sus tesis, como las socialdemócratas, ya forman parte del patrimonio común de la política actual.