Y el profesor la cagó -con perdón-. Mira que Iglesias se lo había puesto difícil tuteando al bueno de Gabilondo minutos antes, como si tuvieran un acuerdo siempre negado por el candidato soso, consciente de que ello hundía su crédito en Madrid. Incluso se le ofreció a cogobernar la Comunidad en la que tan pocos le pueden ver. Pues nada, Gabilondo cayó como un Pinín en las redes del comunista de enhiesto moño y voz soterrada para no dar mas miedo del necesario cada vez que habla.
Curioso debate en el que cada cual iba a lo suyo, piezas menores, y del que Díaz Ayuso salió como si la pelea no fuera con ella. Y es que, pasadas las arremetidas de Iglesias y García a costa de las víctimas de la pandemia, los mayores esfuerzos los pusieron los representantes de Ciudadanos y Vox por demostrar quién podría ser más eficaz para taponar le entrada de la izquierda en la Puerta del Sol. Y, de paso, dónde la futura presidenta encontraría mejor apoyo para su Gobierno; los de Edmundo, dentro; los de Rocío, desde fuera.
Algo funciona mal en el partido que fundó Ribera. Presenta un candidato de categoría, que se ha estudiado los programas del gobierno Ayuso en el que tenían consejerías clave, que exhibe un talante conciliador y propositivo, etc. Pero, ¡ay! queda sepultado en el vacío cuando en los carteles han puesto un nombre… Edmundo, cuando es conocido por su apellido, Bal.
Viéndolo a lo largo de la calle madrileña de Serrano, “el general bonito” de Isabel II que terminó siendo el último presidente del consejo de la primera república, recordé aquella viñeta con la que Mingote ilustró la última campaña de procuradores de las Cortes de Franco. Colgado de las mismas farolas, un cartel con la efigie de un quídam y su eslogan: “Vote a Gundisalvo, a usted qué más le da”.
En el debate, más plano de lo deseable, la médico y candidata García, del Más Madrid de Errejón, recortó el perfil de Iglesias como quien talla un arbusto. Se hizo con la banda izquierda con la necesaria dosis de lo que la izquierda radical precisa para hacerse presente. Su gran tropiezo, la exhibición de un gráfico sobre el paro más falso que Judas.
Y Rocío Monasterio cubrió su papel como cabe esperar de su formación, rotunda y populista. Puestos a recortar gastos, empecemos por nosotros mismos; el parlamento a la mitad, y las consejerías, fuera chiringuitos. Pero nunca dejan claro con qué quieren sustituir la partitocracia reinante.
Estos debates no se ganan; ni suelen perderse. Es lo que pasó. El blanco de todos los disparos, Díaz Ayuso, no perdió; o sea, ganó. El desgaste por los efectos de la pandemia lo compensó con la economía. Quizá el profesor sufrió más de la cuenta: “Yo no soy Sánchez, soy Ángel Gabilondo”, se vio forzado a proclamar.
En todo caso, las cosas no serán muy diferentes desde este encuentro de los seis contendientes. La división de la derecha tiene su reflejo en la que afecta a la izquierda. Y ambas riberas se ven rematadas por sendas formaciones radicales. Curioso panorama, y no precisamente conveniente para nada positivo.