La pequeña manifa, banderas absurdas y retratos de dictadores y algún criminal en alto, que quiso lucirse hace un par de días por alguna calle de Madrid me recordó la Santa Compaña; aquella ensoñación de filas de muertos recorriendo las calles de la Galicia rural entre las nueve y las diez de la noche. ¿Muertos vivientes?, algo así; como los de la tarde del 14 de abril rememorando aquel gran fracaso colectivo del pueblo español, que sus propios inspiradores repugnaron. “No es esto, no es esto”.
Mi Persona no pudo evitarlo y desde la tribuna del Congreso rindió su personal homenaje a la infausta efeméride, «un vínculo luminoso de nuestro mejor pasado«; el primero, insistió, de «tres momentos clave de la historia de nuestro país: la proclamación de la II República, el referéndum de la Constitución de 1978 y la entrada de España en la Comunidad Económica Europea”. Y Sánchez se quedó tan ancho.
España, nuestra nación, es la única democracia en que se puede hacer apología del comunismo. ¿Esto es serio? Banderas y pancartas, mítines y pedradas, proclamas en la televisión nacional a cargo de un personajillo recién salido de una vicepresidencia del Gobierno que aún mantiene cinco ministros comunistas. ¿Esto es serio?
Comunistas cubiertos con la sábana del populismo, albarda sobre albarda; pandilla de dinamiteros de la cultura democrática que cimenta las instituciones europeas.
Como una legión de termitas, aquí empezaron por secuestrar la educación, porque nada hay más peligroso que un pueblo instruido; siguieron secando los cauces naturales de información mediante la ocupación de los medios y redes sociales; y así, sobre una sociedad depauperada por las carencias educativas y ayuna de información, se han lanzado a cortocircuitar la división de poderes para restaurar la autocracia franquista: “unidad de poder y división de funciones” ¡Tiene bemoles!
Está pasando ante nuestros ojos. Los ciudadanos de la comunidad madrileña tienen estas semanas una ocasión única para quebrar la marcha del proceso. No es inexorable; depende de que una mayoría le haga frente, comprometida con la defensa de sus libertades y de las reglas del Estado de Derecho.
Su triunfo arrojaría una luz nueva sobre la escena. Devolvería a la gente la confianza en que el futuro está en sus manos; que la política es cosa más seria que la propaganda hilvanada sobre cuatros paparruchas cursis y consignas que se autodestruyen en semanas.
Y que hay que restaurar los destrozos acometidos en la educación por unos arbitristas para devaluar los valores que hacen fuerte a una sociedad, como el esfuerzo y el mérito. Y dotar de recursos a la investigación porque las Universidades han de ser más que expendedurías de títulos. Y reformar… Y acometer…, y tantas otras cosas necesarias para reponer la autoestima y regenerar la conciencia de un pueblo que hizo posible la concordia que cimenta su Constitución.