Lo que faltaba lo ha puesto sobre la mesa la portavoz del Gobierno. La Sra. Montero, también ministra de Hacienda, ha dicho en rueda de prensa, cubierta con todas las formalidades de la situación, que la idea que su vicepresidente Iglesias tiene de la democracia española hay que ponerla en el contexto electoral. Toma ya.
El contexto como territorio fértil para las mayores barbaridades que a uno se le ocurran; a uno y a otros en tiempo de elecciones. Sobre él corren los socios de la coalición por ver quién lanza la machada mayor. Comunistas y socialistas -quizá fuera mejor decir sanchistas- se pelean por ver quién deja pasar con más entusiasmo las barbaridades obscenas de un rapero impresentable, y de los terroristas sin redención, y de los golpistas pertinaces, etc.
¿Protegerá la libertad de expresión a los nostálgicos del franquismo, como hoy cobija a los del comunismo?
Como agua bautismal, la libertad de expresión borraría todas las culpas. Nada hay por encima de ella. Y a ella se acoge el delincuente que, habiendo puesto a buen recaudo cincuenta millones de euros, se cisca en la imagen del partido que le sirvió de coartada para el trinque. No tiene ni papel, dice su abogado, pero se limpia con la libertad de expresión. La misma con que la fiscalía de la exministra Delgado lo lanza a los cuatro vientos aprovechando el contexto electoral.
También como quien oye llover, están prestos a levantar la veda a las afrentas a las instituciones. De momento no se han pronunciado sobre la Constitución, el asalto lo han dejado a las puertas del Código Penal, pero todo puede llegar. Porque el reconocimiento y protección de la libertad de expresión tiene límites ciertos y precisos: el derecho a la vida, al honor, a la intimidad, a la igualdad ante la ley, a la no discriminación y a la protección de la juventud. Está en la Ley con mayúscula.
Prometieron respetarla y defenderla cuando se hicieron con las carteras que llevan un año y pico ayunas de asuntos de provecho. Pero en el contexto electoral se encalabrinan y así estamos como estamos, centrados en el sexo de los ángeles y no en reponer los destrozos agravados por su incompetencia.
El contexto electoral ha servido a muchos como tapadera para embustes sin freno. Ya dejó escrito Quevedo que nadie ofrece tanto como el que no va a cumplir, y más cerca de nosotros, primeros años 80, aquel cínico memorable que el PSOE hizo alcalde de Madrid con los votos del PCE, Tierno Galván, quien sin empacho alguno proclamó que las promesas electorales están para no cumplirse.
Es lo que hay. Los presos no cumplen condenas, los sinvergüenzas nos denuncian por opresores, salvajes apalean militantes de un partido parlamentario y mientras, españoles siguen muriendo a cientos cada día de la semana.