Los españoles han dejado de tener problemas. Ahora toca Cataluña. Encuestas, coaliciones, delincuentes en libertad y forajidos en plasma. Todo lo preciso para borrar durante quince días la pesadilla de un virus que mata y un gobierno incapaz de resolver incertidumbres.
¿Cuándo terminará esto, habrá vacuna para mí, tendré trabajo, exámenes, crédito?
“¡Firmes, vista a Cataluña!” ordenan los altavoces mediáticos del sanchismo, hoy paralizado por la sospecha de que los bolivarianos puedan dejarle colgado de la brocha.
El salto de la troupe podemita daría al traste con los sueños de Su Persona. Tenerlos uncidos en el yugo gubernamental le garantizaba una calle tranquila para lo que su impericia pudiera causar. Por eso abrazó a quien sabía que no lo dejaría dormir. Pero la suma de una pandemia voraz sobre su ratificada incapacidad está causando efectos letales en la coalición.
Los neocomunistas no ven salida a la situación. Ni sus fines son hacederos ni confían en que la política sanchista pueda sacarles del atascadero en que andan trabados. Su gente está migrando, el séquito es cada vez más menguado, el movimiento se va desflecando por todo el país. El 15-M no era esto; no era Calviño, ni Escrivá, ni Planas, ni tampoco Calvo. ¿Qué coño hacemos aquí?
El anuncio de los sindicatos saliendo a la calle les ha sentado como un sinapismo. Y al grito de “la calle es nuestra”, cualquier día podrían saltar por las ventanas. A ver qué pasa en Cataluña.
Sólo los sueldos que nunca soñaron, los coches, teléfonos, escoltas y demás bicocas burguesas podrían refrenar sus instintos.
En ello, precisamente, tiene Sánchez volcada todas sus esperanzas. La coalición de progreso es su seguro de vida; rota, los escombros sepultarían su napoleónica quimera.
Entre tanto, todos vista a Barcelona. La intriga de hasta dónde los catalanes se rendirán a la seducción del ministro con 80.000 muertos a las espaldas; ahora un Illa nuevo, sin su doctor Simón. Volverán vacunas envueltas con el escudo del Gobierno de España, estúpido remedo de aquel Plan E de Zapatero que en 2010 provocó la crisis de la deuda soberana. Cada empleo creado, temporales la mayoría, costó 160.000 €. Y ya se sabe qué pasó en las elecciones siguientes.
Pero de momento que la feria no pare, giren los tiovivos, apunten las carabinas al patito que corre y pasen por la galería de los espejos. Algodón de azúcar para los niños y la mesa del trilero para los mayores. Hagan su apuesta; todos siguen el bailoteo de cubiletes y quién más y quién menos se juega un billetito porque sabe dónde acabará la bolita. Pero pocos conocen que la bolita nunca está sobre la mesa, el engañabobos la lleva prendida en los pliegues de su mano.
Es la feria.