Lo que está ocurriendo en el madrileño hospital público Enfermera Isabel Zendal recuerda el asalto al Capitolio washingtoniano.
Aquí, bárbaros que rozan el calificativo de criminales, sabotean las instalaciones que mantienen con vida a quinientos ciudadanos víctimas de la pandemia.
Allí, energúmenos emborrachados de zafio populismo, y de algunas cosas más, demostraron al mundo hasta dónde puede llegar la aberración humana cuando las personas se arrebañan; las llamadas hordas (“comunidad de salvajes nómadas” según la RAE) arrasaron cuanto encontraron en el templo de la soberanía nacional norteamericana.
Lo del Zendal, más que mera barbarie, es una siniestra consecuencia del asalto al gobierno de la Comunidad de Madrid perpetrado por la coalición de gobierno que sufre el país.
La ofensiva se produce desde frentes diversos y siempre utilizando la pandemia como munición. Comenzó con aquella manifestación de ministras, ministros y allegados que provocó la deflagración de la pandemia en la capital, y ha continuado atacando por diversos flancos.
Desde el aeropuerto, donde el Gobierno de la Nación se niega a poner los controles habituales en los aeropuertos internacionales, hasta la negativa a dotar a la comunidad de la capacidad legislativa para gestionar las restricciones que considere oportunas, pasando por un reparto de vacunas, como antes lo fueron las mascarillas, ajeno a la densidad poblacional.
Y, sobre todo ello, o por todo ello, el vesánico comportamiento con que el ministro de las 80.000 víctimas, hoy candidato socialista al gobierno regional catalán, ha distinguido a Madrid.
Así pasa lo que pasa, como en aquel Washington de Trump. Aquí el asalto es menos significante pero criminal. La previsora instalación del Hospital Zendal por parte del gobierno de Díaz-Ayuso ha evitado el colapso del resto del sistema hospitalario madrileño, frente a la situación que sufren otras regiones. Pero, ¡ah!, la iniciativa ha demostrado que hay vida más allá de la coalición de progreso, y eso es intolerable.
Algunos sanitarios denuncian graves deficiencias para el ejercicio de sus funciones, desde que no tienen cafetera, hasta que tienen demasiado trabajo. Poca intimidad de los enfermos, ruido de la renovación del aire, y hay que coger el metro porque el Zendal está lejos. En fin…
Pero lo del sabotaje son palabras mayores. Desenchufar sistemas de ventilación, obstruir tuberías, robar piezas y romper interruptores, es propio de alimañas. Naturales o inducidas.
En la inducción sobresale el vicepresidente del Gobierno quien, al no tener qué hacer, habla por hablar: “Apostar por lo público en algo tan serio como la salud se ha revelado una necesidad”, decía ayer. Pues eso es lo que hizo Madrid abriendo un hospital tan público como La Paz o el Clinic barcelonés. Pero ¡ay! lo hicieron los otros; su tropa menguante ha de socavarlo.
Iglesias Turrión publicó hace ocho años en El Viejo Topo una larga conversación con su camarada antisistema Luca Casarini. El italiano le dijo: “El periodismo es un arma que vale para disparar.” Es lo que viene haciendo contra el Zendal, de momento a través del panfleto digital que le tiene puesto a su ex Dina Bousselham.
Pero aspira a más: nacionalizar los medios de verdad. Pobre Jefferson, el que decía preferir periódicos sin gobierno a gobierno sin periódicos. Entren y vean lo que el vicepresidente decía cuando aspiraba a ser algo, lo que fuese.