Medio mundo asiste asombrado al despido del presidente Trump; atónito y temeroso de que, después de haber incitado a asaltar el Capitolio, se le ocurra jugar con el maletín de las claves que la acompaña allá donde vaya. Resulta difícil de entender que alguien atente contra la Constitución de su país habiendo jurado o prometido guardarla y protegerla.
La resistencia a abandonar la sede del poder no cabe ser reducida a un simple mal perder, porque incluso niega haber perdido. Tiene pues que haber alguna razón más honda que le empuje a cargar contra todo, contra la realidad. La enajenación le impide ver que en una semana será desalojado por el mismo servicio que le ha protegido durante cuatro años.
La conciencia de disponer de poder produce efectos diversos según la personalidad del paciente. Unos ven en los atributos del poder un blindaje frente a la Justicia, caso de Trump; otros aprovechan las circunstancias para solaz y disfrute; y llega a haber quienes subliman la trascendencia de su papel hasta sentirse factores de una nueva patria. Algo de esto pasa en los cabecillas de la coalición que no gobierna. No que “nos gobierna”, no; que “no gobierna”, a la nuestra.
No parece que la Casa Blanca haya significado para Donald J. Trump un edén más gozoso de los que disfruta en la Trump Tower de New York, el Mar-a- Lago de Palm Beach en Florida, o el Club de Bedminster en New Jersey.
Tampoco parece que el populista republicano lleve en sus alforjas alguna idea más elaborada que el slogan con que hizo campaña, el “America First”. Ni falta que le ha hecho.
Pero sin embargo sí que una coraza frente a la Justicia nunca viene mal a un tipo que ha perdido en los años previos a su presidencia más de treinta demandas judiciales, que ha declarado la bancarrota de varios casinos, y que compró con más de cien mil dólares el silencio de una actriz porno.
Los de aquí no llegan a tanto; la Justicia sólo tiene enfilado a Iglesias, aunque sus pecados parezcan veniales al lado de los del americano. Pero tanto el podemita como como el presidente Sánchez si son culpables de incapacidad manifiesta para gobernar el país; ni siquiera una autonomía. Y casi tan mendaces como Trump. Las veinte mil trolas que en cuatro años tiene el americano acreditadas superan, sí, pero no en demasía a las que adornan a los de aquí en su primer año. Y en cuanto a ideas, buenas ninguna.
O sea, que menos escandalizarse por lo de aquel energúmeno, y mayor atención sobre estos manirrotos que han limitado nuestros derechos hasta el mes de mayo. Eso es el estado de alarma al que estamos sometidos, hoy nadie sabe para qué. O sí: para chinchar a los gobiernos autónomos que gobierna la oposición.