El seis de diciembre está gravado en las tablas de la Historia de España. Es el día de la concordia, de celebrar el buen sentido que tal día como hoy manifestaron los españoles hace cuarenta y dos años. Contra lo que pueda parecer, o amenazar, la efeméride no será borrada por los aires de fronda de la agitprop del ciudadano vicepresidente. No; porque ruido sí que hacen, pero nueces ni una.
Demasiados dislates como para que el tinglado de esa farsa no termine en el suelo. “La gente”, su propia gente, irá volviendo a sentir ese sentido común que hace personas a los individuos. A los demás, a quienes han hecho oídos sordos a los embelecos golpistas, les cabe la responsabilidad de no provocar. Ni chats, ni cartas, ni bocinas; en estos momentos no provocar es una obligación cívica.
La provocación es el mejor estimulante para el recobro de ese proceso de agitación y propaganda en que están embarcados los saboteadores de la paz en libertad que vivimos, del sistema constitucional en que se escudan y les cubre. Parece paradójico, pero la libertad de todos es parte de la democracia, incluso de los que abusan de sus garantías.
Eso es la Constitución, garantías basadas en las obligaciones y derechos que a cada ciudadano corresponden. Su arraigo es consecuencia natural de haber servido de guía durante el más dilatado viaje que los españoles hemos vivido por el mundo de las libertades; en toda nuestra Historia. Su virtualidad futura radica en la firmeza con que una gran mayoría de ciudadanos defienda sus principios.
En estos tiempos una minoría está tratando de desarbolar piezas esenciales, como que la soberanía nacional reside en el pueblo que tiene como patria común e indivisible a la Nación española, y que el Rey es símbolo de su unidad y permanencia, y la monarquía parlamentaria la forma política del Estado.
Nada conseguirán, ni aprovechando la parálisis ciudadana provocada por la pandemia, ni el estado de alarma que tiene atado al Parlamento. Tampoco con los minaretes mediáticos desde que anuncian la caída de nuestro sistema.
La mentira corroe, pero tiene muy cortas las patas como para prevalecer sobre la responsabilidad de una mayoría de españoles, tan grande como diversa pero unidos por el sentido común.