“Este es uno de los escándalos más graves de nuestra historia democrática”, ha dicho el ciudadano Garicano, eurodiputado. No se refería a la compra de votos en la Andalucía gobernada por los socialistas durante cuarenta años, ni al peaje del tres por ciento cobrado por los gobiernos nacionalistas catalanes durante veinticinco años, ni a los chanchullos populares durante el aznarismo, ni a los fondos de las dictaduras iraní y venezolana que regaron la semilla del tardo comunismo podemita o su obstrucción a la Justicia, ni siquiera al permanente secuestro de la verdad practicado por Sánchez, actual presidente del Gobierno; no. Para este eurodiputado el mayor escándalo es la presunta utilización de medios de la seguridad por un extraño ministro popular para tapar los manejos de un cajero corrupto.
Recordado lo anterior, simplemente para tratar de situar las cosas en su contexto histórico, a los populares les toca ahora afrontar la investigación parlamentaria sobre el asunto, más allá de la judicial en curso. Ya es hora de asentar un principio tan elemental, como poco seguido, que dice “el que la hace la paga”.
Claro está que aquello es de otro tiempo, pero el partido es el mismo. Por daños colaterales que comporte, a los actuales responsables les cumple el deber, y también el honor, de sanearlo.
Porque el asunto va del ínfimo nivel de tantos personajillos que hacen de la política su abrevadero. En este caso, un exsecretario de Seguridad protocoliza en una notaría mensajes de su teléfono móvil que incrimina a sus superiores. De abajo a arriba, los que la hicieron que lo paguen.
En eso estriba la diferencia entre quienes se abren a la verdad y los que se atrincheran para impedirlo, como los podemitas que hace una semana impidieron la correspondiente investigación sobre su financiación.
La verdad claro que hace libres; libera de ataduras y de rémoras que acaban por agostar las fuerzas de cualquier organización. La mentira ha arruinado imperios, destroza imágenes, prestigio y honores.
Sólo un punto y aparte real, sin trampa ni cartón, merecerá el respeto y la adhesión de quienes han encontrado razones para sentirse avergonzados. O traicionados.