Dejar que un problema se pudra es una de las soluciones para resolverlo. A la postre, quien lo dejó pudrirse puede terminar la faena presentándose como el salvador. Este es el caso de la pandemia y Sánchez.
Dejado el problema, con sus muertos, en manos de las autonomías, el virus vuelve a convertirse en pesadilla nacional avivada por lerdos como el tal Franco en quien tiene delegado el control de la comunidad madrileña. Y dejará que siga creciendo hasta que el personal eche en falta su mando salvífico.
¡“Sálvanos Sánchez, que perecemos”! ¡Necesitamos tu mando único, tus semanales homilías, alertas, confinamientos, cadenas, que vivan las cadenas!
Y Sánchez permanece de vacaciones a la espera de ese clamor popular que acalle el escándalo que rompe su Gobierno: la corrupción del socio de coalición. Comienza a percatarse de que se encuentra frente a una dramática situación. Ciertamente, Iglesias ha terminado por arruinar sus sueños. Con él Europa lo mira con recelo y sin él se queda colgado de la lampara.
La pequeña escalera de Ciudadanos no le basta, ni siquiera aupada por los vascos, y el ricino de los catalanes no termina de gustarle. Está en manos de la providencia que se le presenta disfrazada de pandemia. ¿Quién va a tener el cuajo de impedir unos presupuestos necesarios para completar el maná europeo? Los populares terminarán hocicando, se lo impone la moderación. ¡Moderación!, a partir de ahora esta será la clave de la singladura.
Como Santiago sobre caballo blanco arremetiendo contra los sarracenos en Clavijo, Sánchez el converso la emprenderá con quienes osen perturbar la estabilidad del sistema. Que no hay nada mejor que el régimen del 78; a ver si os enteráis, podemitas, separatistas y demás tropa.
Y prosigue el salvador: hoy hago mías las palabras de aquel presidente de la primera república que tras un consejo de ministros, junio de 1873, dijo a los presentes: “señores, voy a serles franco: estoy hasta los cojones de todos nosotros”. Aunque a diferencia de Figueras, de momento no cogeré el portante para irme a París. Yo resistiré. De momento, digo, que ya saben lo que vale lo que yo diga.