Preferirá dictar las suyas en un diario nacional; ella frente al mundo.
Cayetana Álvarez de Toledo es persona culta, brillante en ocasiones y, sobre todo, un animal político. Frecuente objeto de polémica, porque ni el fondo ni sus formas dejan indiferentes a quienes atienden sus intervenciones en el Congreso. Haber sido relevada en sus funciones de portavoz del primer partido de la oposición le ha sentado como un sinapismo.
Es natural. Lo que ya no lo es tanto es el tono con que se despachó ante los informadores desde la misma fachada del palacio que hace ciento setenta años abrió Isabel II y custodian dos leones de bronce en la Carrera de San Jerónimo.
Bien están las discrepancias, certeras son buena parte de sus opiniones sobre el funcionamiento interno de los partidos, etc., pero algo hay que no es de recibo: referirse a su jefe de filas, al presidente de su partido como “el señor Casado”; un compañero con quien ha convivido tiempo y circunstancias como para aburrir. Insólito.
Más que un respeto formal, la expresión trata de transmitir una lejanía que, de ser cierta, confirma lo pertinente de su cese; es más, hace extraño que ella misma no hubiera renunciado al escaparate en el que se ha exhibido.
Proponer un gobierno de concentración nacional a base de los dos grandes partidos es perfectamente defendible siempre, claro está, que responda a una estrategia adoptada por el suyo, pero hacerlo por su cuenta conlleva el riesgo de ser desautorizada.
Como dictar que su partido debe consensuar los presupuestos y la composición del Consejo del Poder Judicial. Una cosa es que el portavoz tenga independencia de criterio y otra que su criterio sea expuesto como si fuera del partido, que es lo que se supone en un portavoz.
Pedir explicaciones al Rey Juan Carlos por haberse marchado sin el escrutinio de la Casa Real (¿) tampoco es propio de la portavoz del partido en que la Corona tiene mayores apoyos. ¿De qué se extraña pues la ex portavoz?
Pocas cosas hay más claras como que los partidos no satisfacen como debieran el papel que la Constitución les tiene asignado en su artículo sexto: “Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política. Su creación y el ejercicio de su actividad son libres dentro del respeto a la Constitución y a la ley. Su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos”.
Antes bien, se han convertido en meras estructuras de poder que, más que servir de cauce a los intereses de los ciudadanos, reclaman su adhesión a los dictados que una exigua minoría, el líder y su militancia fiel, esculpen en piedra como Yahvé las tablas de la Ley.
En algún caso los mandos tratan de ampliar su capacidad de reflexión mediante fundaciones como Sistema, en el caso del PSOE, o la de los populares, Concordia y Libertad, que preside Adolfo Suárez Illana y cuya secretaría ofreció Casado a Álvarez de Toledo. Pero no parece que el debate interno sobre ideas y propuestas satisfaga su ambición. Lástima. Preferirá dictar las suyas en un diario nacional; ella frente al mundo.