Como si se tratara de un peñón erigido por el franquismo, aquí Gibraltar ya no sulibeya a nadie.
Y mucho menos al Gobierno sancho comunista que acaba de practicar el bonito deporte de parlamentar de tú a tú con la colonia británica, cosa que ya lleva ensayado con la Generalitat catalana. Cataluña para los catalanes y Gibraltar para los estraperlistas fiscales.
Así, y ya van tres a cargo de sucesivos gobiernos y ministros socialistas, González Laya, señora que dicen se encarga de las cuestiones exteriores y cooperación internacional, se ha sentado a la mesa con Picardo, encargado del peñón, como si fuera el mismísimo Johnson, por dejar en paz a Lilibeth.
Ya lo hizo Moratinos con Caruana, y años más tarde Borrell. ¿Tendrán los socialistas alergia a tratar como es debido, sin complejos antifranquistas, la descolonización del último vestigio del imperio británico? Los chinos no se anduvieron con tantos miramientos para hacerse con Hong Kong.
Así desprecian estos mandamases una de las escasas bazas ganadas por nuestro país en Naciones Unidas, que viene recordando desde 1965 que la situación del “territorio autónomo pendiente de descolonización”, como lo declaró el propio Reino Unido en los años 60, debe ser resuelta mediante negociaciones bilaterales entre España y la potencia administradora de la colonia; es decir, el Reino Unido.
Y para mayor claridad, la ONU dejó establecido que en este proceso descolonizador no es aplicable el principio de libre determinación de los pueblos sino el de pura y simplemente la restitución de la unidad territorial de España.
Claro que, por poner las cosas al día, González Laya podría haber negociado con el encargado de la colonia británica el asilo político de Iglesias y las unidas que le queden. La UE quedaría tranquila viendo el Gobierno de España limpio de leninistas bolivarianos.
Además, en tres o cuatro años, y con la asistencia de aquel Puigdemont, Iglesias sometería a los llanitos a referéndum para independizarse de los británicos. Habríamos perdido Gibraltar para siempre pero nuestro vicepresidente y señora ministra de Igualdad tendrían ya su propia república. No sería plurinacional, pero sí más divertida que una vida de inviernos en Galapagar.