Ante la posibilidad de que los populares se planten ante la incapacidad de la coalición progre para devolver la libertad a los ciudadanos, el señor Ávalos sentenció ayer “La alternativa sólo es el caos y el desorden”.
Este apparatchik que funge como ministro de Transportes y, ocasionalmente, como edecán de sátrapas venezolanas fue más lejos: si no nos apoyan «tendrán que responder ante los ciudadanos por un repunte de los contagios». Ante sujetos de esta calaña lo único que cabe hacer es perder el miedo.
El miedo es el arma secreta del gobierno urdido por Sánchez con Iglesias. Y causas para meter miedo tienen para cansarse. De momento han usado los estragos del virus chino al que aventaron durante dos semanas porque “el machismo mata más que el coronavirus”, proclamaban las ministras encabezando manifestaciones en marzo cuando ahí al lado, en Italia, estaban cayendo muertos a centenares.
Ahora mientan el dinero para comer de los acogidos al reservorio de los ERTE, y amenazan con meter las manos en las carteras de los que tienen lo necesario para que el país no se asfixie por hipoxia.
Y ese genio de la empatía que hace como que fuera ministra encargada de la enseñanza, ordena ya que en setiembre sólo habrá escuelas para la mitad de los niños; el resto, en casa. ¿Pero en qué están pensando estos ordenancistas mentecatos?
Frente a esta carrera de pollos, y gallinas, descabezados, Casado viene proponiendo al Gobierno que eche mano de la legislación existente para situaciones extremas como la que vivimos; leyes como la de salud pública, la ley de protección civil o la de seguridad nacional. Con ellas, dice, se pueden adoptar las medidas pertinentes sin cargarse derechos fundamentales como lo hace el estado de alarma.
El problema es que de lo que el Gobierno trata es, precisamente de cargarse esas garantías constitucionales. Así lo dijo el mismo apparatchik: «Para las necesidades de control de la infección comunitaria, se necesita limitar los movimientos en todo el territorio del Estado, la libertad de empresa, la libertad de salir de España, etc.» Más claro, agua.
Si no fuera dramática, la situación es chusca y lo peor es que no se ve un final claro a la partida, pues mientras unos boxean conforme a las reglas del marqués de Queensberry, los otros se dedican al tongo de la lucha libre, el wrestling que diseñó Mr. McMahon.
Lo único que cabe es perder el miedo, unos y otros, y poner sus capacidades al servicio de la sociedad entera. La insidia de echar sobre los hombros de los populares las muertes que el mando único no ha podido evitar durante dos meses de poderes excepcionales es, como toda insidia, demasiado frágil para enfrentarse a la verdad.
Por ello es urgente es restablecimiento de las libertades. Comenzando por la de Prensa, cuyo día se conmemoró ayer en un mundo encelado con sus propias miserias.
La Asamblea General de Naciones Unidas la proclamó tal día como ayer hace veintisiete años pare testimoniar que la Declaración Universal de los Derechos Humanos la define como derecho fundamental: «Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión».
¿Chantajes? No. Miedo, tampoco; sólo cabe tener miedo al miedo mismo.