La desescalada es cosa pasada. Lo que viene es más grave y penoso: es una dura escalada para salir del agujero creado por la pandemia y los remedios aplicados para su tratamiento. En ese empeño pueden saltar por los aires las amarras de la coalición gubernamental que ya chirrían al cabo de cinco meses.
Más que sólidos lazos basados en la confianza y mutuo entendimiento, la coyunda entre Sánchez e Iglesias se basó en una conjunción, planetaria como diría aquella inefable ministra del no menos inefable Zapatero, de intereses diversos.
El del fraudillo, atornillar su asentamiento al frente del banco azul; una cuestión cortoplacista y de índole exclusivamente personal, lo propio de todo caudillaje.
El de los comunistas bolivarianos es de mayor alcance: asentar las bases de una república tercermundista capaz de romper la UE y abrir una vía en agua en la OTAN. Putin, Maduro, y los ayatolás del momento así lo quieren.
Pero el virus chino cortocircuitó la luna de miel y el escenario cambió dramáticamente. La pareja vio enseguida una ventana para la esperanza en los poderes excepcionales que el estado de alarma podía brindar a la coalición.
El fraudillo se alzó como el general en jefe de una guerra que requería la misma unión que en el pasado siglo aquel otro consiguió con su decreto de unificación. Todos juntos y en unión… Y el podemita quedó relegado a la condición de tocapelotas universal, acosado por la pandemia que anidó en su casa.
El despelote se hizo carne en la gobernanza del problemón, los muertos caían, la curva de infectados subía y el estado mayor dictó una peculiar orden del día: aplanar la curva. Aplanarla, no cortarla.
Y aplanándola pasaron cuatro estados de alarma con el país cerrado, el sistema productivo parado y las libertades ciudadanas amordazadas porque el enemigo acecha.
Cando al cabo de dos meses y medio la olla nacional comienza a estallar por el cabreo ciudadano de todos los colores, los tripulantes de la nave del progreso comienzan a pensar cada cual en lo suyo. Y así mientras que unos buscan pactos aquí y allá para asegurar su autoridad, los otros buscan las barrenas con que cumplir su cometido.
Curiosamente sanchistas y comunistas se fijaron en un mismo aliado para sus respectivas intenciones: los legatarios de ETA, pero el compromiso resultó excesivo. El rechazo social hizo que el compromiso firmado durara tanto como la palabra de Sánchez. Iglesias mostró sus armas, los vascos también, y los catalanes, y hasta en Teruel debió de oírse el clásico orteguiano “no es esto, no es esto”.
Testadas las líneas de resistencia y visto lo que se viene encima, cabe preguntarse hasta dónde llegará la resiliencia de Iglesias, cuánto tardarán los bolivarianos en sacudir sus zapatos en las alfombras para volver a la calle y armar de relato a la gente contra la casta burguesa, la izquierda de pacotilla, el capitalismo salvaje y hasta el sursum corda de los curas.
Si desde dentro no puede desatornillar los pernos del sistema, tratará de hacerlo por fuera.