Si Sánchez lograra imponer la prórroga de un mes España quedaría hasta septiembre en estado de excepción. El fin de la nueva prórroga enlazaría con las vacaciones parlamentarias de julio; todo un verano por delante para llenar de decretos-ley el boletín oficial y dejar España, ahora sí, irreconocible hasta para la madre que la parió.
Lo de la prórroga de un mes, especie lanzada desde Moncloa, revela hasta qué punto la coalición da palos de ciego. Nunca atina, pero siempre lo hace en una misma dirección: trampear la democracia. El fraudillo ha comprobado cuán cómodo resulta mandar sin los contrapesos del control parlamentario y del escrutinio judicial; lo de la prensa libre le trae al pairo mientras las marionetas, ocupadas, alquiladas o compradas, según los casos, sigan los movimientos de sus dedos.
Cierto es que cabe la posibilidad de que lo de la nueva prórroga sea un truco más, y después de breve polémica hacer como que cede ante la oposición; lleva ya varios señuelos así durante la pandemia. O tal vez no; y la atracción del poder omnímodo se le haya hecho irresistible. El fraudillo se ve jugando con los españoles como Hinkel, aquel dictador de Charlot que jugaba en su despacho con la bola del mundo.
Es el encanto oculto que cautiva a los dictadores: unidad de poder y división de funciones, como proclamaba aquel otro caudillo; pero ahora las funciones las desempeñan una tal Lastra y su adjunto Simancas, apéndices del mismo poder.
Imagínense un mundo en que la presidenta de una comunidad autónoma ha de enterarse por la televisión de que Sanidad le cierra la trampilla por la que escalar desde el cero hasta la fase uno de la desescalada. (Escalar, desescalar; así de ridículo es el proceso diseñado por los expertos del fraudillo). Madrid, el distrito federal de la nación, condenado a no pisar tierra, a seguir atrofiando sus capacidades porque sí, porque lo dice el mando único. Condenados sus ciudadanos a no poder expresarse en libertad, condenada su presidenta a una miserable campaña de acoso y derribo para consumo de la escoria nacional. Pues en ese mundo estamos.
Imagínense un mundo en el que el ministro de la primera industria nacional pone sus mejores esfuerzos en arruinarla. Un ministro que reduce el turismo a las playas y la hostelería a los chiringuitos. Un presunto responsable político que ignora que la cultura, las artes, la restauración y el buen nombre del país son parte esencial de su primera fuente de riqueza. Que entre las paredes de su célula comunista no se ha enterado de que además del Estado en España hay millares de empleadores, que no todos los empleados son funcionarios, que los artistas, camareros, taxistas, etc. trabajan y pagan impuestos para que él siga viviendo en no se sabe qué galaxia. Pues en ese mundo estamos, y se llama Garzón.
Imagínense un mundo en que el presidente de una corporación se mantiene en su puesto gracias a unos socios que quieren trocear la empresa, pero sin los cuales no puede dar un paso. Que conculca todos los principios societarios para la buena administración, que falsea sus estados de cuenta, que publicita lo que no puede vender y que no vende porque apenas produce nada. Pues en ese mundo estamos, la corporación es el Gobierno del Reino de España y el fraudillo se llama Sánchez.