Mienten porque no saben ni pueden hacer otra cosa. El programa de la desescalada, ahora echan mano de la palabra “transición” que suena bastante bien, para llegar hasta una “nueva normalidad”, es el resultado de una sesión de un Consejo de ministros reunidos en calidad de expertos.
Para expertos, nosotros; y comenzaron a poner en un papel lo que no definió el comité ad hoc que tanto juego dio al presidente en las últimas semanas. Una sesión dedicada a establecer cuatro alertas más empezando por una que llamaron “cero”. Hay que ser raros para llamar cero a la primera estación de esta especie de viacrucis de progreso. ¿O será porque así sólo parezcan tres?
Yo lo explico, ya veréis, dijo el presidente cerrando el portafolios con las hojas que acababan de improvisar. Y, efectivamente, toda España lo vio. Lo vio, pero no comprendió nada.
La técnica del bucle con que acostumbra a perorar adormece a las ovejas, sí, pero lejos de procurar la empatía que persigue como alma en pena, provoca una extraña mixtura de aburrimiento y hastío.
Y entre tanta palabrería inútil, hasta faltas de ortografía en el discurso hablado. Lo de menos es el absurdo dualismo genérico con que machacan el idioma común, lo de más es comprobar que no saben cómo se dice ver con anticipación, prepararse para futuras contingencias. No, no saben. El verbo es “prever”, no preveer como utilizan pertinazmente: preveyendo, en vez de previendo, preveen, en lugar de prevén. ¿Lo confunden con prevenir?, pues tampoco, porque en tal caso habrían de decir previniendo o previenen. En fin…
Mienten porque no saben; esa es la almendra del asunto. Unas veces la causa es la improvisación; otras, la propaganda. En español, improvisar significa hacer algo de pronto, sin estudio ni preparación (RAE). O sea, a tontas y a locas. Por ello abundan tantas rectificaciones, negaciones y contradicciones en la dirigencia del mando único.
El afán propagandístico es peor, porque ahí las mentiras siempre son dolosas. El último caso, los test y la OCDE, es notorio. El señor presidente no se privó de presumir de que su país estuviera entre los diez más avanzados en el uso de test frente al virus cuando el organismo internacional ya había corregido el error al que le indujo él mismo al reportar una cifra no congruente con los parámetros oficialmente utilizados. Conclusión: del puesto número ocho le pasaron al diecisiete, por detrás de Austria, Letonia… Portugal y de la media OCDE. Pero horas después de quedar los datos en su sitio, el seguía blandiendo ante los españoles la falacia propagandística: estamos a la cabeza de los mejores.
Y qué decir acerca de la expresión “nueva normalidad”. ¿La nueva política de Lenin, el capitalismo de Estado? ¿El new deal de Roosevelt, el nuevo trato entre la Federación y sus Estados? ¿El fascismo de izquierda peronista, o el marxismo bolivariano caribeño?
Déjense de coñas, señores. Con lo sencillo que resulta hablar de normalidad. Ahí es adónde queremos llegar, a la normalidad; sencillamente, a lo que es normal.