Hace tropecientos siglos, un general chino dejó dicho que el arte de la guerra se basa en el engaño. Las reflexiones del viejo general Sun Tzu hacen de libro de cabecera de estos que dicen gobernar cerrando hasta las puertas del Congreso.
Mentar ahora aquellos Pactos de la Moncloa, otoño del año 77, es un sindiós, la última artimaña de la factoría de imagen que maneja el rumbo del gabinete sancho-comunista; “sancho” de Sánchez, porque de socialista tiene menos que poco.
Como eslogan no puede sonar mejor; en momentos críticos, cuando los elementos amenazan, lo de pactar suena a música celestial. Está impreso en nuestras mentes: la unión hace la fuerza, todo reino dividido contra sí mismo será asolado, el que no está conmigo está contra mí… O, como se lee en una fábula de Esopo, la concordia potencia los asuntos humanos.
Concordia, ese fue el catalizador de aquellos Pactos que abrieron el camino de la libertad, cuatro meses después de las primeras elecciones libres, y un año y tres meses antes de ratificar la Constitución.
¿Dónde anida hoy la concordia? La Magdalena no está para tafetanes. España no es hoy la Nación en busca de un futuro de libertad, seguridad y progreso. España ya tiene ganadas todas esas metas; es una sociedad abierta, anclada en la Unión Europea. Tiene uno de los mayores grados de protección social del primer mundo, paz y todos los derechos públicos que ejerce apasionadamente; a veces en demasía.
Eso de que ya dispone son las ligaduras que unen a los pueblos para alcanzar el gran horizonte de su libertad. ¿Qué nueva ambición puede hoy movilizar todas sus fuerzas para ser satisfecha?
No parece que exista un denominador común compartido por la mayoría de las fuerzas políticas presentes en las instituciones. Esta carencia hace imposible una concordia real en torno a cualquier fin elevado y concreto, como el que perseguían centristas, derechistas, socialistas, comunistas y nacionalistas; las fuerzas representativas de aquel nuevo parlamento sentadas a la mesa de la Moncloa invitadas por el presidente Suárez.
Demasiadas carencias, desde la de un presidente hacedor de consensos hasta el necesario afán conciliador para afrontar con garantías de éxito los retos abiertos por la ruptura de las reglas de juego desde dentro del propio sistema.
La deslealtad constitucional presente en la coalición gubernamental y buena parte de sus soportes parlamentarios convierten hoy la apelación a los Pactos en un mero ardid fraudulento.